TESTIMONIO: Crónica de una cosmicrónica anunciada, por Victor Vargas Aguilera



TESTIMONIO: “Crónica de una cosmicrónica anunciada”



Por Víctor Vargas Aguilera. Autor de Cosmicrónicas: Viaje al Fondo del Tiempo (Puerto de Escape, 2012) y Cosmicrónicas: Huellas del Futuro (Puerto de Escape, 2016).





En primer lugar, agradezco la invitación de “Fantástica Chile” para que yo hablara sobre cómo me convertí en novelista de ciencia ficción. Al mismo tiempo pido disculpas por mi poco poder de síntesis, mas no puedo ocultar detalles que fueron imprescindibles en mi, hasta ahora, joven carrera en las letras.


Es loco, pero, aunque muy pocos me crean, siempre supe que sería escritor. Al menos ya lo tenía claro cuando tenía alrededor de 8 años. Ya en esa época inventaba cuentos de una o dos páginas de extensión que se los leía a mis familiares y también a mis compañeros de escuela. La principal particularidad de esos relatos era que siempre me ponía como protagonista, y no importando los peligros a los que me debía enfrentar en mi imaginación, siempre salía airoso y sobrevivía… Claro, la misma suerte no corría el resto de mis personajes que morían en el camino… ¡Ahora entiendo por qué todos se reían cuando escuchaban o leían esas tonteras!


Como todo niño de los años 90’, mi infancia estuvo fuertemente influenciada por las caricaturas de los canales de señal abierta, prácticamente pasaba pegado al televisor cuando no estaba en la escuela. De aquella etapa la serie que más me marcó fue “La Máquina del Tiempo”, que la daban dentro del programa infantil Pipiripao de UCV TV. Pese a que ese canal se veía horrible en la televisión análoga, no me perdía ningún capítulo de esa historia que trataba de cómo una niña, su amigo y un loro buscaban afanosamente a su abuelo perdido en el tiempo. Pero quienes se robaban la historia, definitivamente, eran la malévola Ratavari y sus tontos secuaces que me hacían reír bastante con sus particulares artefactos espacio-temporales y con sus evidentes torpezas… Creo que, a partir de ese momento, entendí que esa sabrosa mezcla entre la ciencia ficción y el humor eran la clave para crear un buen relato, ameno e interesante.


Quizás fue esa misma razón la que me hizo convertirme en gran fanático del programa infantil: “El Mundo del Profesor Rossa”. Si bien me fascinaban los videos y enseñanzas del profesor acerca de la madre naturaleza, lo que más ansiaba ver cada sábado por Canal 13, eran las travesuras de Guru-Guru y su eterno partner, Don Carter. El “pajarraco” encarnaba aquel niño que le gustaba ir más allá de lo permitido para satisfacer sus necesidades exploratorias (amor por el conocimiento prohibido), no importando si, de paso, provocaba un gran lio. Pero para eso tenía a Don Carter, quien, como fiel amigo, le cuidaba su espalda para no ser castigado por el profesor. En esas aventuras encontraron, dentro de la casona donde vivía Guru-Guru y su padre humano, una “Puerta Mágica” que les permitía ir a cualquier lugar y a cualquier época. Para ello solo tenían que dejar bien establecidas las coordenadas girando unas perillas. El pasar de un mundo a otro tan solo cruzando la Puerta Mágica, fue algo que quedó grabado a fuego dentro de mi inquieto corazón fantástico… Siempre soñé con tener una similar en mi casa… Con el tiempo entendí que aquella puerta, era en realidad un “stargate” o portal estelar, verdadero atajo entre dos puntos equidistantes dentro del Multiverso.


Pero, mi primera serie animada de culto, aquella que me movió a ser un investigador de enigmas, fue “Las Misteriosas Ciudades de Oro”, que las daban justo después del Profesor Rossa: Esteban, un niño español que llegó a la recién “redescubierta” América (viajando como polizón en un barco de madera), se hizo amigo de pequeños aborígenes. Junto a ellos fue viajando por distintos puntos del continente y descubriendo antiguos y tecnológicos aparatos dorados olvidados por una poderosa nación que se hundió miles de años atrás en el mar (¿Atlántida? ¿Mu? ¿Lemuria?). Si bien entendía que eran dibujos animados, siempre supe que el autor de la historia manejaba cierto nivel de información que el resto de las personas desconocía. Para mí, esta gran porción de tierra esconde grandes misterios y por ella han pasado poderosas civilizaciones con tecnología más avanzada que la nuestra…


Con eso en mente (la Atlántida), y siguiendo el formato de la saga de “El Señor de los Anillos” comencé a escribir mi primera novela mientras estudiaba Periodismo en la Universidad de Playa Ancha. La titulé “Trularia, el reino olvidado”, y es la crónica de uno de los diez hipotéticos reinos que tuvo la Atlántida antes de su desaparición dentro del océano que hoy lleva su nombre. Cuando llevaba más de 200 páginas escritas paré en seco para poder hacer mi tesis de grado, pero no volví a redactar una sola palabra más debido a que tenía otra historia en mente y porque me había enterado de algunas cosas del continente perdido que me obligarían a cambiar dramáticamente todos los capítulos redactados… De todas maneras, pienso retomar ese proyecto una vez que culmine mi actual proyecto.


Ya en el año 2007, con 23 años en el cuerpo y recién titulado, busqué afanosamente mi primer empleo. Como toda mi vida había permanecido en mi ciudad natal, Valparaíso, casi no tenía contactos en Santiago que me ayudaran a ingresar en el mundo laboral, así que le hice caso a mi tía Mila que vive en Casablanca y fui a golpear la puerta de la única emisora comercial del pueblo que había en ese entonces. Con el tiempo me contrataron en el periódico del mismo dueño y como viajaba todos los días para allá y tenía poco tiempo disponible para estar en Valparaíso, decidí integrarme a un taller literario local para ver si me ayudaban a enfocar una nueva y larga historia que contar, esta vez con un final definitivo.


Sinceramente, cuando escribí las primeras líneas no sabía bien cuál sería el tema principal ni los protagonistas. Prácticamente la historia se fue haciendo sola a medida que presentaba uno a uno los capítulos, de tres páginas cada uno, al resto de mis compañeros del taller que reían a carcajadas con las desventuras de tres mayas, un flaite[1] chileno y su perro. En un principio quería hacer una breve serie de televisión, pero como me fui entusiasmando cada día más en lo que mi lápiz grababa sobre el papel, le fui agregando más y más detalles que me obligaron a escribir más y más capítulos. Lo único de lo que estaba seguro era que los personajes debían rescatar unas gemas sagradas antes del fin de los tiempos. De ahí que en un primer momento lo bauticé “Antes del Fin”.


Por aquel entonces, ya libre de trabas académicas que me quitaban tiempo para leer libros de mi gusto y ver series y películas que hablaran sobre los viajes en el tiempo y universos paralelos, me volqué a consumir historias cautivantes como “Stargate SG-1”, “Stargate Atlantis”, “Stargate Universe”, “Battlestar Galáctica”, “Caprica”, “Surface” y “Fringe” por nombrar algunas (“Lost” y “X-files” ya las había visto con anterioridad). Con eso, más los temas que semanalmente investigaba para mi blog de ese entonces (“The Sniper Chile”), que trataban de ovnis, extraterrestres y extraños fenómenos, tomé el material necesario para seguir construyendo mi primera novela que pude dar término recién a mediados de 2011.


Capítulo aparte merece ese período de mi vida que va desde 2010 hasta 2012 donde me enfrenté a varias penurias y problemas económicos que me mantuvieron deprimido. Mi única vía de escape fue el ardiente deseo ver concretada mi primera novela. No sabía si lo iba a conseguir o no (el dinero), ni menos imaginaba qué tanto éxito pudiera lograr, pero mi principal motivación simplemente fue el pensar que algún día, cuando estuviese publicada mi novela, alguien desconocido(a) me dijera que le gustó lo que escribí. Ése sería el mayor premio para mí después de tanto sacrificio…


Fue así que, a mediados de 2012, se alinearon los planetas y los números me comenzaron a sonreír. En esa fecha me contrataron desde el diario El Mercurio de Santiago para que fuera el “guía” del canal “Ovnis” de la Guioteca.com, una página web de expertos en diferentes temáticas que, semana a semana, publicaban reportajes de gran interés para los internautas. Gracias al dinero que me reportaron notas como “Los tres días de Oscuridad” y “Las 7 Razas de extraterrestres que visitarían la Tierra”, junté los recursos monetarios necesarios para publicar mi historia el 19 de diciembre de 2012, con la ayuda de la editorial porteña “Puerto de Escape”.


En conversación con su editor, Marcelo Novoa, le cambié el nombre, y le puse “Viaje al Fondo del Tiempo” y la futura trilogía pasó a llamarse “Cosmicrónicas”.


Hoy puedo decir con orgullo que muchas personas que no me conocían previamente me han dicho que les encantó mi libro, que le gustaron los múltiples temas misteriosos que abordé y que se rieron a mandíbula batiente. Finalmente, mi anhelo se había cumplido… ¡y yo que lo veía tan lejano!


Lo que me ocurrió mientras escribía la segunda parte de la saga (que denominé “Cosmicrónicas: Huellas del Futuro”), fue algo que me cambió la vida, al menos mi forma de mirar las cosas, pero de eso hablaré en mis futuras charlas. De momento, los dejo invitados para conocer esta nueva historia, publicada el 16 de junio de 2016, a través del blog oficial: http://www.cosmicronicas2.blogspot.com.

Ahora bien, como les tengo cariño a los lectores de “Fantástica Chile”, solo les puedo adelantar que me llegó información privilegiada sobre los viajes en el tiempo, la cual inserté dentro de algunos capítulos de Huellas del Futuro. Los que no leyeron la primera parte, no se preocupen, todo ocurre en un universo paralelo… Saludos y espero que mis narraciones sean de su agrado.




[1] Nombre que se le da a los jóvenes marginales o con bajo nivel educacional, frecuentemente asociados a delitos, bajo mundo o conductas violentas.

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