El sentido de la fantasía y la imaginación como anticipo de futuros (in)eludibles, por Cristian Briceño González



El sentido de la fantasía y la imaginación como anticipo de futuros (in)eludibles,

por Cristian Briceño González



No es una gran novedad señalar que Chile es un país de poetas: grandes escritores surgen desde esta zona por alguna explicación que hasta puede tener una explicación mística. Sin embargo, no solo es poco lo que se conoce de nosotros mismos, sino que, además, es muy poca la valoración que se hace de la escritura nacional por parte de los mismos lectores. Como consuelo, a lo largo de nuestra historia, hemos visto que grandes editoriales han puesto la atención en escritores chilenos dándoles la oportunidad de catapultarse al mercado internacional. Pero, más allá del mercado, a veces parece quedar de lado el real valor de las obras que se escriben. Esto es el caso de la literatura fantástica.


La literatura fantástica tiene gran trayectoria dentro de nuestras letras nacionales, pero ha pasado desapercibida por mucho tiempo. En el intento por darle un realce a este género, me he encontrado con el comentario, más o menos generalizado, de estudiantes secundarios que ven la lectura de textos fantásticos solo como una mera obligación académica de los tan cuestionados planes lectores mensuales. No olvidaré el comentario de una colega que cuestionaba la lectura de “Los Altísimos” de Hugo Correa, preguntándome por qué le hacían leer a su hijo una obra tan aburrida. Si bien la literatura fantástica y de ciencia ficción tiene un lector más específico, es importante conocer este tipo de obras que representan en gran medida nuestra propia cosmovisión. La obra mencionada, claramente, no es de una lectura fácil, sin embargo, es un punto de partida a un mundo de imaginación y, por qué no decirlo, de una búsqueda real de comprender nuestra realidad y sus fenómenos.


Jorge Larraín, en su libro Identidad chilena del año 2001 señala que el pensamiento latinoamericano está marcado por la búsqueda permanente de respuestas a la pregunta por la identidad y es en este contexto que no parece demasiado sorprendente que una serie de hechos sorprendentes pasen a ser considerados como normales. El realismo mágico no podría haber tenido una cuna más acogedora que un continente mestizo que no sabe si sentirse del “lado de allá” o del “lado de acá”, aludiendo a las ya míticas etapas de la existencia del Oliveira de Cortázar.
La búsqueda de las respuestas a nuestra identidad parte desde la observación de los acontecimientos cotidianos que nos cautivan y, evidentemente, muchos de estos no tienen una explicación comprensible a primera vista. Sabemos que estamos en un país cuya geografía nos sorprende de manera recurrente y tenemos la opción de entenderlo como la mala disposición de seres divinos hacia nuestra gente, o bien, una oportunidad de ser el centro de atención para todo el universo que se sitúa en esta latitud. Los mismos mapuches encontraron en las serpientes Caicai-Vilu y Trentren-Vilu la respuesta a las incontenibles fuerzas de la tierra que modificaban el territorio de manera violenta, redescubriendo la esperanza dentro de la catástrofe.

Si bien, Papelucho de Marcela Paz se aleja de lo que podríamos considerar como literatura fantástica, no podemos dejar de lado que las locuras propias de este niño nos envuelven en un mundo de imaginación que no nos dejan de sorprender, donde es particularmente destacable la escena de Papelucho y el marciano cuando Papelucho arranca con los perros. Recuerdo haber visto la película y haberla odiado de principio a fin, porque la escena no llegaba a la altura de lo que realmente representó para mí. Por otra parte, no puede pasar desapercibido el hecho de que aceptamos, sin mayor cuestionamiento, que un niño haya absorbido un ser proveniente de otro mundo por un simple accidente, entregándole una serie de características sobrehumanas que nos causan admiración. Sí, nos fascina que Papelucho se convierta en un muchacho extraordinario y estamos a la espera de ver qué sucederá con su amigo interno.

A veces pareciera ser que el interés por la literatura fantástica se transformara solo en un juego de niños. Y es que la mayoría lo ve desde la perspectiva negativa del asunto, de la infantilización, aunque pocos recuerdan que el juego tiene mucho de positivo: si permitimos que el niño que vive dentro de nosotros fluya con libertad, es posible que descubramos todas esas cosas que permanecen invisible frente a nuestros ojos dormidos. Nos han dicho mil veces que crezcamos, que maduremos, que nos pongamos serios, pero pocas veces se nos ha dicho que soñemos. En los inicios de la escritura de cualquier escritor de fantasía es altamente probable que hayan recibido comentarios relacionados con los eventuales disparates que se entienden, o por qué tanta imaginación. ¿Por qué tanta imaginación? Porque es esa capacidad de anticiparse la que le ha permitido al ser humano llegar cada vez más lejos. Como escuché en una película, “a Julio Verne tampoco le creyeron”.

Y es que la ensoñación de la fantasía nos permite vivir en un constante deja vu, ese yo te lo dije que nos rememora el control de los medios de comunicación de 1984 o la búsqueda de un ideal de perfección de Un Mundo Feliz. No dejemos de lado, tampoco, la importante baja en la lectura de libros, otrora proclamada por Fahrenheit 451 casi por decreto y pena de muerte. Para saber el futuro no hace falta otra cosa que mirarnos a nosotros mismos y ver lo que estamos haciendo el día de hoy. La fantasía y la imaginación cobran mucho sentido si nos permiten visualizar escenarios probables que queremos o no que sucedan.

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