“Más allá”, revista pionera de la ciencia-ficción en español


“Más allá”, revista pionera de la ciencia-ficción en español


Por Alberto Manfredi

(Originalmente publicado el 15 de abril de 2015 en sitio La voz de la historia Link





En 1953 el mundo de la posguerra era testigo de grandes cambios en materia tecnológica, científica y espacial. Había dado comienzo la Era Atómica, los avances en campos tan diversos como la materia y la antimateria, la física, la química, la biología, la robótica y la computación comenzaban a asombrar a la humanidad, los nuevos descubrimientos astronómicos ampliaban los límites del Infinito y las grandes potencias se preparaban para dar los primeros pasos en la carrera espacial, probando misiles, disparando vectores y experimentando con instrumental y carburantes de última generación.
En ese contexto, era lógico que una disciplina como la ciencia-ficción encontrase campo propicio para su desarrollo. Y al torrente de autores, libros y publicaciones que ya existían desde comienzos de siglo, se les sumaron otros que vinieron a enriquecer tan atrapante y novedosa temática.
El público comenzó a consumir literatura de anticipación y las revistas se multiplicaron. En Estados Unidos ya existían ediciones pulp como “Amazing Stories”, “Galaxy”, “Fantastic Universe”, “Imagination”, “Analog”, “Weird Tales”, “Astouding Stories”, “Wonder Stories” y otras, que circulaban con profusión por el mundo de lengua inglesa. Las editoriales lanzaban al mercado nuevos autores y Hollywood rodaba infinidad de películas basadas principalmente en ellos.
Huérfanos de todo ello, los aficionados de habla hispana, autorrelegados a un segundo plano desde tiempos inmemoriales, debían satisfacer su pasión aguardando las traducciones que las casas editoriales hacían de escritores anglosajones.
Y, a decir verdad, hay que reconocerlo, una rápida mirada nos permitirá comprobar que en el género de anticipación predominan ampliamente los nombres de ese origen en tanto poco y nada han aportado los pueblos de raza latina (y sobre todo hispana), al respecto.
Quien esto escribe, cultor del género en sus años juveniles, apasionado por las novelas de aventura, terror y fantasía, así como todo lo relativo a la exploración del Cosmos, los misterios del pasado y la temática ovni, siempre se preguntó a que se debía esa carencia y cuáles eran las causas por las que los pueblos latinos habían aportado tan poco al respecto. Y siempre surgían los mismos interrogantes. ¿Carecemos de inventiva? ¿No tenemos imaginación? ¿Nos falta creatividad? ¿Somos menos proclives a lo fantástico? Porque fuera de Julio Verne, Alejandro Dumas y Emilio Salgari (los dos últimos exponentes del género de aventuras más que del de fantasía científica), ¿qué otro autor de ese origen ha alcanzado fama universal? Ni en Francia, ni en España, ni en Italia y Portugal, como tampoco en América Latina, existían publicaciones dedicadas al tema, no se rodaban películas y mucho menos, se formaban agrupaciones de fans o clubes de seguidores, pese a que lectores sobraban.
Mi país, la Argentina, no fue la excepción. Los pocos escritores de ciencia-ficción nacidos en nuestro suelo (sólo de ciencia-ficción porque prácticamente ninguno incursionó en los géneros de aventuras, terror y fantasía), excelentes todos ellos, no eran conocidos y las editoriales apenas los promocionaban, tales los casos de Juan-Jacobo Bajarlía, Angélica Gorosdisher, Marcial Souto1, Pablo Capanna2, Héctor G. Oesterheld.
Todo lo que se traducía, publicaba y lanzaba a la venta provenía mayoritariamente de Estados Unidos y Gran Bretaña y a ello debíamos remitirnos.
Sin embargo, a comienzos de los años cincuenta algo pareció suceder.
En 1953, la legendaria Editorial Abril de Buenos Aires, lanzó al mercado una publicación que vino a revolucionar el no tan reducido círculo de amantes de la ciencia-ficción.
Héctor G. Oesterheld

¿Qué había ocurrido? Un equipo de audaces, entre los que destacaban autores, diagramadores, periodistas y científicos, lanzó al mercado "Mas Allá", publicación de ciencia-ficción de habla hispana, un atrapante producto, fruto de mentalidades de avanzada, cuyo subtítulo parecía decirlo todo: "Revista Mensual de Fantasía Científica".

Durante mucho tiempo se pensó que fue la primera publicación de fantaciencia de habla hispana pero el investigador Carlos Enrique Abraham nos sacó de ese error aportándonos datos reveladores. Antes de "Más Allá" hubo otras revistas dedicadas al género en nuestra lengua, las dos primeras también argentinas, "La Novela Fantástica", fundada en Buenos Aires por Héctor César Zappalorti en 1937 y "Hombres del Futuro", de Editorial El Tábano, una década después. A ésta última le siguió la mexicana "Cuentos Fantásticos" en 1948 y luego "Más Allá", que vio la luz el mismo año que la colección de novelas española "Futuro". El mérito de la nuestra radica en haberle abierto las puertas a autores nacionales (así como a alguno que otro español) y su longevidad. Mientras que de la primera apenas salió un número y de la segunda tres, "Más Allá" llegó a las cuarenta y ocho entregas, superando las cuarenta y cinco de su colega azteca y las treinta y cuatro de la colección española; además, se distribuyó por todos los países de Hispanoamérica, la península y posiblemente, Estados Unidos, una hazaña para la época.
Di con ella muchos años después de su desaparición, a través de la revista española "Nueva Dimensión", magnífica y soberbia entrega de Ediciones Dronte, que nos llegaba bimestralmente desde la Madre Patria con sus increíbles tapas enmarcadas en negro y un sorprendente material en su interior que incluía las célebres páginas verdes dedicadas a novedades, noticias, cartas de los lectores y lo último en la materia.
Era el Nº 49, correspondiente la edición de agosto-septiembre de 1973 y cuando lo tuve en mis manos no pude creer lo que veía.
“Pero… ¿qué es esto? –me pregunté asombrado a mis dieciséis años- ¿una revista de ciencia ficción argentina en los años cincuenta?”.
Y ahí mismo, en el local de aquella desaparecida librería de la calle Maipú donde solía comprar, a metros de Av. Corrientes, me puse a leer.

1943. GUERRA. Un escritor de aventuras de ficción científica, Cleve Cartmill, es detenido por la Sección de Espionaje Militar del FBI: se le acusa de haber suministrado al enemigo, a través de un cuento cuya acción transcurre en el futuro, detalles fundamentales de la bomba atómica. La bomba atómica aún no ha estallado. Prácticamente el mundo entero ignora que se está trabajando en ella, y he aquí que este escritor de cuentos fantásticos anticipa detalles significativos acerca de sus principios y su construcción.

Era el editorial de "Nueva Dimensión" y se titulaba “Lo mejor de… Más Allá”. Seguí leyendo sin poder detenerme, ansioso por ver a donde llegaba la cosa.

CLEVE CARTMILL se defiende. Cleve Cartmill exhibe centenares de esos cuentos y novelas de ficción científica que están conquistando rápidamente al público de los Estados Unidos como la verdadera expresión literaria de la Era Atómica, y prueba que en ellos están previstos, con detalles que asombran por su finura y precisión, mil posibles caminos de la humanidad, mil sociedades distintas del futuro, mil nuevas conquistas de la Ciencia y de la Técnica; dentro de ellas, por supuesto, la bomba atómica es una de tantas posibilidades.

Comprendí que los editores hispanos estaban reproduciendo las palabras con las que la lejana publicación se había presentado al público, dos décadas atrás, y eso me llevó a continuar, casi sin percibir lo que ocurría a mí alrededor.

El F.B.I. (Departamento Federal de Investigaciones) se rinde a la evidencia, pero el F.B.I. no puede entender todo lo que ese grupo de escritores clarividentes y apasionados ha visto hace tiempo: Más Allá del radar y de la sulfamida, Más Allá del avión a chorro y de la bomba atómica, Más Allá del robot y de la televisión, está naciendo un mundo nuevo.

Apenas lo creía; muchos tiempo atrás, incluso antes de mi nacimiento, un compatriota mío escribía tales palabras y yo ahí parado, junto al estante de una librería desaparecida hace más de cuarenta años, en un país inmerso en la violencia política y social, con una guerra interna en desarrollo, sacudido por su secuela de atentados, asesinatos, bombas, secuestros y caos, descubriendo algo que el resto de mis coterráneos parecía haber olvidado.

CAMBIAN las cosas que nos rodean, cambian las palancas que puede mover el hombre, cambian las alas con que conquista el espacio, cambian los enfoques con que puede mirarse dentro de sí mismo, y junto con ellos cambian la mente y la naturaleza misma del ser humano.

ES POSIBLE que dentro de poco veamos el puñado de robots listos para invadir Marte; es posible que dentro de poco veamos proyectados en una pantalla los pensamientos que desfilan por nuestra mente; pero ese grupo de extraordinarios escritores está viendo mucho Más Allá de todo: está viendo la extraordinaria sociedad del futuro; está viendo un mundo mucho más fantástico que todo cuanto pueda soñarse. Y es esa visión asombrosa del futuro humano y de todos los mundos que quizás pueblen el espacio –asombrosa por su imaginación sin límites, asombrosa por su riqueza literaria, asombrosa por su aventura y su intriga- lo que hoy se ofrece, por vez primera a los lectores de habla castellana, en las páginas de Más Allá.
PARA AQUELLOS que aman la aventura; para aquellos que ansían dar un salto hacia el porvenir; para aquellos que encuentran pálida la fantasía del cuento policial o de la novela burguesa ante la fantasía con que se transforma la realidad… Más Allá les ofrece el misterio infinito de la magia científica.

Más Allá es una extraordinaria selección realizada en el campo de la nueva literatura de ficción científica que hoy está apasionando al público del Viejo y el Nuevo Continente.

El empellón que me propinó involuntariamente un hombre de sobretodo gris que salía del local con un libro envuelto debajo del brazo me trajo de nuevo a la realidad.

-Perdón –me dijo mientras abría la puerta y salía a la galería.

-No es nada –le respondí.

Me dirigí al mostrador, donde el dueño del local, hombre barbado de mediana edad, del que ya era cliente conocido, observaba unas boletas.

-Disculpe  –le dije enseñándole la tapa de "Nueva Dimensión"– ¿Alguna vez oyó hablar de esta revista?

El hombre tomó el ejemplar, se acomodó las gafas y con el seño fruncido observó detenidamente la cubierta.

-No –me respondió- ¿Qué es?

-Es una revista de ciencia-ficción que se editaba en los años cincuenta.

-¿Acá en Buenos Aires? – preguntó sorprendido.

-Así es. Acabo de enterarme.

-También yo. No la conocía.

El sujeto era, como yo, aficionado a la temática de anticipación así que, luego de cambiar algunas impresiones, tomó un ejemplar de la publicación española y después de despedirnos, se puso a leer.
Salí a la calle, caminé las dos cuadras que me separaban del subterráneo y bajé las escalinatas. Recuerdo que era un día de invierno, frío y lluvioso. Mis esperanzas de seguir leyendo durante el viaje se esfumaron al llegar una formación repleta. Recién en Retiro, tras sacar el boleto y ubicarme en el tren (parado, por supuesto), pude retomar la lectura.

Ejemplar de la revista española "Nueva Dimensión" dedicado a "Más Allá"

Como el viaje hasta San Isidro duraba entonces media hora (hoy, gracias a la democracia con la que se come, se educa y se crece y la “década ganada” –escribo esto en el año 2014– se tarda casi el doble), opté por una rápida vista del contenido, reservándome la lectura para la paz del hogar.
De ese modo, mientras la gente que regresaba de sus trabajos comentaba las últimas novedades en materia política y especulaba sobre la Masacre de Ezeiza y las inminentes elecciones que llevarían a Perón por tercera vez a la presidencia, vi pasar los nombres de autores que no conocía. “Deben ser argentinos”, me dije.
Ni bien bajé en San Isidro, caminé los cien metros que me separaban de Av. Centenario y alcancé a tomar el 130, que cubría las siete cuadras hasta mi casa. Una vez allí, subí a mi habitación y tirado sobre la cama, me puse a leer.

Hoy hace veinte años, con estas palabras como estandarte, surgía a la luz, en el ámbito de habla hispana, una nueva revista que nos traía un cargamento mensual de algo desconocido, fascinante, novedoso, algo que desconocíamos pero que nos hería con la fuerza de la tobera de una astronave.

Eran palabras de uno de los editores de Nueva Dimensión, posiblemente Luis Vigil, Domingo Santos, Sebastián Martínez o Carlo Frabetti, y estaban cargadas de sentimiento y admiración.

Recuerdo el descubrimiento que ello representó para mí: yo, que por aquel entonces vestía aún de pantalón corto, me detuve ante un kiosco de las Ramblas barcelonesas, atónito, los ojos desorbitados; se me cayó la mandíbula, reuní tras rebuscar por todos mis bolsillos quince pesetas (¡Una fortuna para mí, por aquel entonces!) me llevé el ejemplar a casa apretado bajo el jersey, y aquella noche no dormí. Acababa de descubrir la ciencia ficción.

“¡Flautas! –pensé- La revista llegaba a España. Eso significa que circuló al menos por los países de habla hispana; tal vez, incluso Estados Unidos” y continué con la lectura.

Esto es lo que debo a la revista Más Allá. El contagiarme una fiebre que nunca desaparecerá. Hoy, veinte años después, me he hecho hombre, he sufrido desengaños, he encontrado dentro del círculo mítico de la SF que entonces me cautivó, he escrito libros, relatos y ensayos, he dirigido revistas, compilado antologías y mirado por encima del hombro a otros autores que han tenido la desgracia de surgir después que yo, pero Más Allá sigue siendo un mito para mí. Hoy, mis colecciones de SF han sido diezmadas por los amigos, tengo sólo una quinta parte de Nebulae, me he permitido el lujo de despreciar Galaxia, mi afición de completista se ha convertido en un hobby de domingo por la mañana. Pero en mi biblioteca está la colección completa de Más Allá, por alguno de cuyos ejemplares he pagado cinco veces su valor, y aquel que toque esa colección sabe que tiene una amenaza de muerte pendiente sobre su cabeza. Y sabe también que en esto no bromeo3.

La entrada de la mucama, llevándome una taza de café, interrumpió por un minuto la lectura. Ni la miré.

Para mí, Más Allá representa el descubrimiento de algo que ha presidido mi vida durante veinte años, y a lo que he dedicado muchos de mis esfuerzos. No es una revista en sí, sino más bien un símbolo. Cierto, examinando fríamente se le podrían achacar muchos defectos: era una simple traducción de Galaxy con algunos añadidos, hoy en día buena parte de su material está caduco, había errores tipográficos y de redacción a bulto, pero todo eso no importa. Gracias a Más Allá, miles de españoles (no, desgraciadamente, no tantos) conocimos por primera vez a Wyndham, Heinlein, Bradbury, Asimov… supimos que existía algo que se llamaba ciencia ficción. Conquistamos el espacio con Willy Ley y a través de las ventanas de Chester Bonestel, supimos quién era Von Braun, fabricamos los primeros cohetes en nuestra imaginación y fuimos a la luna. Eran los tiempos románticos y dorados de los viajes espaciales, y gracias a Más Allá nosotros los conocimos.
Por eso hoy, yo, que inicié con dos locos más la aventura de Nueva Dimensión teniendo a Más Allá en mi norte, intentando imitarla inconscientemente, intentando superarla, intentando aunque fuera tan solo igualarla4, por eso yo, que inconscientemente me irritaba a cada nuevo número de N.D. porque lo comparaba con Más Allá y creía que era inferior en calidad5 por eso yo, que hoy debería sentirme orgulloso porque Nueva Dimensión ha vencido la barrera de los 48 números que alcanzó Más Allá y puedo decir con falso orgullo que somos la más longeva revista de SF en lengua española; por eso yo, que puedo proclamar a los cuatro vientos que ND ha ganado dos premios internacionales mientras que Más Allá no consiguió ninguno, y decir que somos mejores sólo porque hemos recogido muchas cosas de sus enseñanzas, no puedo hacer nada de eso.
Porque Más Allá, por mucho que intentemos superarla, seguirá siendo un mito para todos nosotros, amantes de la SF. Superada, muerta, caduca, es ante todo un símbolo. Ella nos abrió un camino que desconocíamos, nos mostró una senda y nos dijo: seguidla. Y nosotros la hemos seguido.
Durante cuatro años, Más Allá fue una cosa viva. Tuvo un sólo fallo: aunque timoneada por un grupo de entusiastas, su editor era un editor comercial, y a mediados de 1957, viendo que las ventas de Más Allá quedaban muy por debajo de sus cuentos infantiles y sus historias del Pato Donald, la suspendió. Y Más Allá pasó al recuerdo nostálgico de todos los aficionados.

Hay que reconocer que estos españoles tienen buena pluma. No por nada han dado al mundo gente de la talla de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Núñez de Arce, Francisco de Quevedo, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis de Góngora, Ramón María del Valle-Inclán y tantos más. Y esa forma de expresarse me estaba atrapando.

Nuestra única ventaja consiste en que no tenemos ningún editor que suspenda sobre nosotros la espada de Damocles de sus intereses comerciales, y aunque a cada nuevo número de ND echamos cuentas del anterior y vemos que nuestras ganancias ni dan para un sueldo decente (ni siquiera indecente) para cada uno de los tres locos que confeccionamos de la A a la Z cada número, y decimos que para eso más vale echarlo todo por la borda y que nuestros lectores no merecen que nos sacrifiquemos por ellos porque no se suscriben ni nos envían cartas ni nada de nada, la verdad es que somos aficionados y seguimos trabajando en pro de una causa muy íntima para nosotros: la difusión de la SF en España. Igualito, igualito que hacía en sus tiempos Más Allá.
Por todo eso debo hacerles una confesión. ¿Saben?, al empezar este editorial pensaba confeccionar un editorial triunfalista. Ya saben: Más Allá aguantó 48 números, nosotros vamos por el 49 (más 5 extras), somos los mejores, tachín, tachín. Queríamos que este número 49 de ND fuera todo un símbolo. Lo es, pero de otra manera a como habíamos pensado. Porque, en esta época de absoluta desmitificación, Más Allá sigue siendo todo un mito. Y me temo que seguirá siéndolo durante muchos, muchos años.
Y así, este número, que quería ser un homenaje pero también un desafío, me temo que se va a quedar sólo en homenaje. Y en cierto modo me alegro. Primero, porque Más Allá se lo merece. Y segundo, porque el único desafío que tiene ND es nuestro y de nuestros lectores: nuestra cabezonería, y esos lectores que en la mayor parte de los casos no se merecen que nos estemos dando la cabeza contra las paredes por ellos ya que ni se suscriben, ni envían cartas, y muchas veces ni siquiera se molestan en mover su gordo culo hasta el kiosco más cercano para comprar el reglamentario número mensual.
A menudo, en mis noches febriles de desesperación económica, me pregunto que habré hecho a los hados para editar ND en lugar de editar a Walt Disney como hace Editorial Abril, la cual demuestra que le va muy bien.
Entonces, quizás, suspendida ND, tal vez se convierta en otro mito como Más Allá6 y entonces, veríamos quién era el guapo que la emulaba.
Nadie, por supuesto. Ya que, aún acogiéndose a la ley de los grandes números, la cantidad de tontos absolutos es limitada. Y nosotros ya hemos cubierto el cupo.

Debo confesar que ese editorial me llenó de orgullo. Orgullo por mi país, genuino y sincero, desaparecido hace ya mucho tiempo.

El número especial de "Nueva Dimensión" traía quince cuentos: Cuidado con el perro, de Héctor Sánchez Puyol, seudónimo de Héctor Germán Oesterheld; Profesor particular de Juan Fernández; Los crímenes de Lío, tres relatos vinculados de un tal Abel Asquini (ProtoniquelNemobius Fasciatus y Nictalopes), Boomerang, de José Mora, 17 monedas de veinte de Claudio Paz, Saturnino Fernández, héroe, de Ignacio Covarrubias, Inocente Maquiavelo reforzado, de Héctor G. Oesterheld (ahora sin seudónimo), Descubrimiento, de Juan Pedro Edmunds, Incomprensión, de Pablo Capanna, Para todo servicio de Maximiliano Mariotti, El planeta mortal, del español Antonio Ribera7 y El payaso espacial de Félix Vosalta. Incluía también una sección titulada “Poesía” en la que destacaban dos composiciones, Más Allá y Más Allá, Más Allá, la primera de Tomás Enrique Briglia y la segunda de Manuel González Prada, además de otra dedicada al “Humor de ‘Más Allá’”, de los dibujantes Aznar, Mazzove y Rafael. Reproducía también uno de los característicos Espaciotest de la publicación, con sus correspondientes respuestas y cerraba con un epílogo titulado Más Allá’”, la revista que regresó del futuro, firmado por Juan-Jacobo Bajarlía, en la sección “Se piensa”.
Bajarlía, uno de los grandes de la ciencia-ficción local, escribió para aquel número:

Un día de 1953 los bracmanes literarios (aquellos a los que se refirió Arthur C. Clarke en su discurso de 1962 sobre la Defensa e Ilustración de la Ciencia-Ficción) hallaron en los kioscos de Buenos Aires una extraña revista, acaso “tipeada” en alguna imprenta marciana, que venía de la invención y hablaba del futuro como de un huésped largamente conocido. Era un volumen de más de 160 páginas, con colores fascinantes, donde los signos fundaban ya el nuevo código que regiría el cambio después de la revolución copernicana.

Y más adelante decía:

La aparición del primer número de Más allá replanteaba, así mismo, la validez de otra novela olvidada hasta ese momento, La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares, cuyo prologuista, Jorge Luis Borges, a pesar de ver en ella “un género nuevo”, no advirtió que se trataba de una obra de ciencia-ficción.
Entre las novedades que introdujo Más Allá, debo señalar la publicación de las Crónicas de Marte, de Ray Bradbury. La revista inició su publicación en el volumen 2, número 17, de octubre de 1954, con el cuarto cuento del volumen (The martian chronicles): Hombres de la Tierra. Estas crónicas marcianas aparecieron después, en 1955, editadas en un volumen por ediciones Minotauro8, en Buenos Aires. Llevarían un prólogo de Borges, pasado ya, en ese momento, a la literatura secreta. La revista traía novelas, novelas cortas, cuentos y una sección dedicada a las Aventuras del Pensamiento. De esta sección podríamos mencionar La Exploración de Marte de Hugo Gernsback (2, número 15, 1954) y El Viaje (3, número 31, 1955) de Werner Von Braun.
Entre las novelas, además de John Wyndham, podríamos retener estos títulos: Hijo de Marte (1, número 3, 1953) de Cyril Judd (C. M. Kornbluth Jr.), La Isla del Dragón (1, número 9, 1954) de Jack Williamson, sobre el protoplasma como principio de vida, El Hombre Aniquilado (3, núm. 39, 1953) de Alfred Bester, con el tema de la telepatía […].
Más Allá, además de su sección sobre las Aventuras del Pensamiento, contenía artículos científicos y novedades cósmicas. Publicaba también su sección de correspondencia y sus respuestas de la sección científica. En una de estas, relativa a la máquina del tiempo, se contesta, entre otras afirmaciones, de esta manera: “Los experimentos realizados en el laboratorio han demostrado que el espacio y el tiempo no son conceptos independientes entre sí, sino que están vinculados por las llamadas transformaciones de Lorentz, usadas en la teoría de la relatividad (…); una teoría hoy muy en boga en la actualidad interpreta al electrón positivo como si fuera un electrón negativo, pero con su tiempo invertido, es decir, dirigido hacia el pasado; lo cual también se expresa diciendo que su línea del universo, o sea su trayectoria en el espaciotiempo, está dirigida hacia el pasado. Sería, pues, el caso de ser que se transportara hacia el pasado, pero con la particularidad de que ese ser tendría que estar constituido por antiprotones, neutrones y electrones positivos (Más Allá, p. 69, vol. 2, núm. 17, octubre 1954).
La inesperada publicación incorporó la imagen popular del Superhombre, contrapartida de ese Superinhumano (como diría yo) de Philippo Tomaso Marinetti, que al pretender la destrucción de la moral y del amor (“únicos venenos corrosivos de la inagotable energía vital”) recaía en un irracionalismo con falsas adyacencias a la omnipotencia de la máquina […].
Nada faltó en esta revista fascinante que colocaba el futuro en tiempo presente. Con ella se cumplió la predicción contenida en la Defensa de la Ilustración de la Ciencia-Ficción que he mencionado al comienzo de este trabajo: Acostumbrarnos a la idea de que “es posible de que el hombre no sea la más alta forma de vida que pueda existir en el universo”. El descenso del futuro quedaba satisfecho en una nueva, cambiante significación.

Juan-Jacobo Bajarlía
Buenos Aires, 1973



“Esto es fantástico -pensé al finalizar la lectura- Tengo que conseguir al menos un ejemplar de esa revista”. Y me puse a buscar.
Comencé por indagar entre mis allegados. Por entonces mi padre era presidente de una firma petrolera y como en los años de "Más Allá" estaba dejando la adolescencia, le pregunté si la recordaba. Me respondió que no. Tampoco mi madre, por entonces directora de escuela. Nada. Uno de mis tíos (también padrino) era ingeniero civil y trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA). “Este debe saber algo”, me dije a mí mismo. Lo llamé y me respondió que jamás había oído hablar de esa revista. Entonces recurrí a otro tío, bastante más joven, dueño de una importante editorial médica, casado con la hermana menor de mi madre. “Tal vez sepa algo”. Pero nada, ni la más remota idea.
Me puse a buscar por las librerías de Buenos Aires (por entonces mi ciudad natal era famosa por sus librerías), recorriendo las avenidas Corrientes, Rivadavia y Avenida de Mayo de punta a punta, sin resultado alguno.
En mi adolescencia solía hacer tres o cuatro viajes al mes hacia el centro de la Capital Federal en busca de material de lectura, recorriendo las mencionadas arterias de un extremo a otro.
Entonces escribí a "Nueva Dimensión" y para mi sorpresa, no sólo me respondieron sino que hasta publicaron mi carta, explicándome que era muy difícil dar con un ejemplar. En el ambiente de la ciencia-ficción de lengua española, la revista era objeto de culto y se cotizaba alto.
Dar con un ejemplar de "Más Allá" era más difícil que conseguir en nuestro idioma las sagas de Marte o Venus de Edgar Rice Burroughs.
Finalmente, ya resignado a no ver un ejemplar de aquella publicación en mi vida, después de buscar meses e incluso años, caí en un local de la Av. Corrientes, en uno de cuyos estantes encontré una.

Estaba allí, arrumbada, perdida entre publicaciones vetustas, con su tapa multicolor mostrando una gran estación orbital y un cohete que se aproxima a ella junto a un transporte tipo satélite del que emergía un astronauta sujeto por un cordel.


“Estación Espacial –se leía en la parte posterior- Proyecto de Werner Von Braun constructor de la V-2 -Y a continuación- Las ilustraciones de la tapa y contratapa (en realidad una sola) muestran una vista de la estación espacial en instantes en que llega una espacionave de aprovisionamiento. Aquí abajo, la espacionave; a su lado, un taxi espacial. En primer plano, otro taxi espacial cerca del observatorio astronómico. La estación espacial se encuentra a 1720 km. de altura sobre el océano Pacífico”. La misma pertenecía a Lesley Bonestell.
Debajo, en la parte posterior, destacaba el precio de entonces: $ 6.-
Casi me caigo de espaldas. Me abalancé sobre ella, la tomé con manos temblorosas y me puse a hojear sus amarillentas páginas. Era el Nº 26 del volumen 3, correspondiente al mes de julio de 1955.
“Julio de 1955, apenas un mes después del bombardeo aeronaval sobre Buenos Aires, destinado a matar a Perón” – fue lo primero que se me ocurrió.
Corrí hasta el mostrador, pagué una nimiedad (el dueño no tenía idea del objeto de valor que la revista representaba) y pregunté si tenía más.

-Venga en una semana –me respondió- Siempre aparece algo.

La edición traía la primera parte de Guijarro en el Cielo, de Isaac Asimov, los cuentos Desde el otro lado, de Ron Elton, Matemáticas superiores de M. C. Woodhouse, El freno Celestial de Thomas C. McClary y Los Invasores de Arthur Feldman.
La sección “Aventuras de la Mente” incluía Espacio sin fronteras I parte: De este lado del Infinito, de Joseph Kaplan, Cosas del ayer (sobre antiguos inventos) y Fichas de juego radiactivas (sin firma). Y entre las novedades cósmicas, el consabido Espaciotest, la correspondencia, cuya temática en ese número era Proyectiles dirigidos y Respuestas científicas y en la última página (162), la sección “Sin apelaciones”, donde emitían juicio los lectores.
Busqué con desesperación los nombres de aquellos pioneros que se habían lanzado a tamaña aventura. El editorial A un paso de todo, no tenía firma, sólo aparecía el nombre de Abril y su dirección, Av. Leandro N. Alem 884, Buenos Aires. Su Copyright en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual llevaba el número 463.110 y sus distribuidores para la Capital Federal eran C. Vaccaro & Cía., de Av. de Mayo 570 y para el interior RYELA, de la calle Piedras 113.
Que la ciencia-ficción tiraba entonces lo prueba el aviso aparecido en la página 29:

La ciencia que apasiona y estremece!

En dos subyugantes novelas científicas:

R. A. Henlein

TITAN INVADE LA TIERRA y

A. E. Van Vogt

LOS MONSTRUOS DEL ESPACIO.

Pídalas a su librero.

Distribución directa para la Argentina:

LIBRECOL, Humberto 1º 545 T.E. 30-4232.

Las notas científicas venían en papel ilustración, en el caso del Nº 26, traían el corte del cohete de la contratapa.
Era realmente una joya; una maravilla de edición aunque estuviese vetusta y a los ojos de hoy pareciese rudimentaria. Poco después di con un segundo ejemplar, el Nº 28, correspondiente al mes de septiembre de 1955, volumen 3.
“Este se hizo en plena Revolución Libertadora, mientras se combatía en todo el país para derribar a Perón”, me dije a mí mismo.
Su tapa era espectacular, tres astronautas en un mundo extraño, uno de espaldas, en la entrada de lo que parecía una gran caverna, ayudando a sus compañeros a trepar por una cuerda. El cohete en el que habían llegado se observaba al fondo, posado sobre las arenas e iluminado por un débil sol, que resplandecía en un cielo brumoso, de tonalidad rosácea.
Con el paso de los años fui consiguiendo nuevos ejemplares, hasta totalizar seis, con sus portadas a todo color, cautivantes, atrapantes, maravillosas. Y eso también me llamó la atención porque otra cosa que caracteriza a las ediciones latinas son sus presentaciones insulsas, tanto las de los libros como las revistas. Baste recordar a la editorial Minotauro, con sus magnificas entregas y sus cubiertas que era un verdadero bodrio.
El Nº 29, vol. 3, correspondiente a octubre de 1955, mostraba en su cubierta un enfrentamiento a tiros entre astronautas recién desembarcados en un mundo ignoto llamado Aldebarán III (el cohete presentaba varios orificios e impactos) y sus posibles defensores, unos seres que no llegaban a verse. Y así sucesivamente.
“Pero… ¿quiénes cuernos eran los editores de la revista? -seguía preguntándome- ¿Por qué no se muestran?”. Quería saber sus nombres, quienes eran, averiguar que había sido de ellos y en que andaban entonces.
Me puse a indagar y lo único que obtuve fue que, de acuerdo a ciertas versiones, "Más Allá" estuvo dirigida por Héctor G. Oesterheld. “Puede ser”, pensé, y lo tomé como algo cierto hasta que en 1995 salió a la luz la verdad.
En realidad Oesterheld nada tuvo que ver con la revista salvo los relatos que publicó, algunos de los cuales, como hemos dicho, utilizando seudónimos.
En los años noventa mi afición por la literatura de anticipación había declinado. Otras disciplinas, entre ellas la Historia, habían desplazado a aquellos géneros juveniles pese a que, como he dicho al principio, de tanto en tanto “me pego una vuelta” por ellos.
Boris Spivacow

En 1995, la Editorial Colihue publicó un libro titulado Boris Spivacow: memoria de un sueño argentino, de Delia Maunás, una recorrida por la vida de una personalidad fascinante, científico de renombre, que junto a Alberto Levi, Pablo Terni, César Civita, Leone Amati y Manuel Diena, fundaron Editorial Abril en 1941.
Boris Spivacow nació en Buenos Aires, el 17 de junio de 1915 y falleció en la misma ciudad el 16 de julio de 1994. Licenciado en Matemáticas, egresado en 1944 de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, fue perseguido por el gobierno de Perón, dada su militancia comunista.
A comienzos de los años cuarenta, mientras se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial, llegaron a Buenos Aires numerosos refugiados, entre ellos Alberto Levi, Pablo Terni y César Civita, judíos italianos que huían del régimen de Mussolini y buscaban iniciar un negocio en esta parte del mundo. Spivacow trabó amistad con ellos y comenzó a darles clases de español, necesitados como estaban de adaptarse a la nueva tierra. Con la incorporación de Leone Amati y Manuel Diena, fundaron Abril.
En realidad Cesar Civita era estadounidense, pero tenía la ciudadanía italiana. Cuando llegó a la Argentina lo hizo como representante de la Wlat Disney y eso lo ayudó mucho en el emprendimiento.
En un comienzo, Spivacow trabajó de manera independiente, aportando sus conocimientos idiomáticos, corrigiendo los textos y haciendo las veces de consultor, pero al cabo de un tiempo, se incorporó en forma permanente, para ser destinado a la sección de libros infantiles9.



En 1947, la editorial, que por entonces contaba seis años de existencia, lanzó al mercado su primera revista de historietas, "Salgari", a la que siguieron "Mysterix" (1948), "Rayo Rojo" (1949) y "Cinemisterio" (1950), que trajo como novedad la fotonovela. Oesterheld publicaría sus historias en las tres últimas.
En 1953, Abril lanzó "Más Allá", un emprendimiento novedoso para el mundo de habla hispana por su temática: la ciencia-ficción.
El director de la flamante publicación era un hombre de poca experiencia, de apellido De Angeli, pero el alma mater fue su suegro, Oscar Varsakvsy, científico de renombre, profesor de Física y Química adjunto de Teófilo Isnardi, concuñado de Boris Spivacow, casado con Marta Pigretti.
Varsavsky era quien respondía las cartas de lectores y quien escribía los Espaciotest además de los artículos de ciencia y técnica. Pero también fue escritor ya que Abel Asquini, el autor de Los crímenes de Lio y otras historias, era él.
Había nacido en Buenos Aires, el 18 de enero de 1920, hijo de padres ucranianos que primero se radicaron en Entre Ríos y luego pasaron al barrio de Liniers, en la Capital Federal. Estudio en el Colegio “Mariano Acosta” de su ciudad natal (barrio de Balvanera) y en 1938 se inscribió en la Facultad de Ciencias Exactas de la por entonces prestigiosa Universidad de Buenos Aires, para estudiar física, química y matemáticas.
Oscar Varsavsky

En 1943 ingresó en los Laboratorios de Investigaciones Radiotécnicas de la empresa Philips, donde aplicó sus conocimientos y ensayos en materia de Circuitos. Doctorado en Química, fue auxiliar del Laboratorio de Fisicoquímica de la Facultad Ciencias Exactas, jefe de trabajos prácticos de Análisis Matemático y profesor adjunto de Álgebra y Topología. Durante el gobierno de la Revolución Libertadora perteneció al Departamento de Matemáticas de la UBA junto a Risieri Frondizi, Rolando García y Manuel Sadosky, época en la que publicó varios libros sobre álgebra y tradujo Topología general.
Uno de sus escritos más polémicos fue Ciencia, política y cientificismo, que le valió ser considerado un precursor de la politización de la ciencia.
Con respecto a esta obra, recuerdo cuando en 1974 un profesor de Física nos encomendó un trabajo grupal a un grupo de alumnos de quinto año, en el colegio privado de San Fernando al que acudía. Eso no sólo le valió una humillante sanción frente a todo el alumnado por parte de la directora, que consideraba la obra como material subversivo, sino su alejamiento definitivo, poco tiempo después.

En "Más Allá" también colaboró el recordado diagramador tucumano Oscar “El Negro” Díaz, que tuvo a su cargo el diseño de la revista y con el correr de los años llegó a ser jefe de arte de Eudeba y CEAL. Lo llevó allí Spivacow, cuando fue designado presidente de la primera. Rubén Molteni y Hugo Csecs, fueron algunos de sus dibujantes y en 1957 se incorporó como traductor Héctor R. Pessina, acompañado por otros dos compañeros. Sin embargo, para entonces, la señera publicación tenía los días contados.



“…su editor era un editor comercial (¿se referían los españoles a César Civita?), y a mediados de 1957, viendo que las ventas de Más Allá quedaban muy por debajo de sus cuentos infantiles y sus historias del Pato Donald, la suspendió”.
Pessina apenas tradujo dos cuentos porque al poco tiempo, la pionera revista dejó de aparecer.
De aquella Argentina adelantada, la de los Premios Nobel en ciencias, la pionera en el desarrollo tecnológico, espacial y nuclear, la que llevó a cabo la primera transfusión de sangre de la historia y dio al mundo sabios de la talla de Teófilo Tabanera, el comodoro ingeniero Aldo Zeoli, José Antonio Balseiro, Enrique Gaviola, Teófilo Isnardi, Jorge Hirsch, Oscar Varsavsky, René Favaloro y Luis Agote, rescatamos esta iniciativa que, una vez más, la coloca al frente del mundo de habla hispana, abriendo zurcos en la cultura y disciplinas diversas.





Notas
1 Autor de ciencia-ficción nacido en La Coruña, España. Se radicó en Buenos Aires en 1970.
2 Autor y ensayista italiano, radicado en la Argentina en 1949. Nació en Florencia, el 16 de noviembre de 1939.
3 Inexplicablemente, aún siendo españoles, los editores de "Nueva Dimensión" tenían una extraña manía por anglosajonizarlo todo. Solían citar a los libros con sus títulos originales (en inglés, por supuesto); en lugar de CF, por “ciencia-ficción”, utilizaban SF, por “science-fiction” y cuando se referían a alguna trama de suspenso, escribían “suspense”, algo muy común en toda España.
4 Entendemos que la superó con creces.
5 Tremendo disparate.
6 Hoy lo es, sin ninguna duda.
7 Escritor español nacido en Barcelona, el 15 de enero de 1920.
8 Legendaria editorial argentina fundada en Buenos Aires por el español Francisco Porrúa, nacido en La Coruña en 1922. En 1975 se trasladó con su sello a Barcelona y en 2001 se lo vendió al Grupo Planeta.
9 En 1955 Spivacow pasó a desempeñarse como gerente general de Eudeba (Editorial Universitaria de Buenos Aires) y en 1966 fundó el Centro Editor de América Latina.


Fuentes
-Delia Maunás, Boris Spivacow: memoria de un sueño argentino, Ediciones Coligue, 1995, Bs. As., p. 36-37.
-Bruno Pedro De Alto, “Oscar Varsavsky”, Relatos e identidad, miércoles, 1 de febrero de 2012 (http://relatoseidentidad.blogspot.com.ar/2012/02/oscar-varsavsky.html).
-Revista “Nueva Dimensión” Nº 49, Ediciones Dronte, Barcelona, agosto-Septiembre de 1973.
-Revista “Más Allá” Nros. 15 y 18 (vol. 2), 26, 28 y 29 (vol. 3), 44 (vol. 4), Editorial Abril, Buenos Aires.
-Federación Argentina de Ciencia Ficción, “Entrevista a Héctor R. Pessina”, lunes 6 de julio de 2015 (http://federacionargentinadecienciaficcion.blogspot.com.ar/2015/07/entrevista-hector-r-pessina.html).
-Carlos Enrique Abraham, Las revistas argentinas de ciencia ficción, 2013.
-Carlos Enrique Abraham, "Hombres del Futuro (1947): Una revista pionera de la ciencia ficción argentina", sitio QuintaDimensión, 6 de enero de 2016 (http://www.quintadimension.com/content/hombres-del-futuro-1947-una-revista-pionera-en-la-ciencia-ficci%C3%B3n-argentina).
-Carlos Enrique Abraham, "Hombres del Futuro: primera revista argentina de ciencia ficción", revista Nautilus Nº 3, marzo de 2005.
-Miguel Barceló García, Ciencia Ficción. Nueva guía de lectura, Nova, Ediciones B, 2015


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