Esteban Palacios Semifinal
EL
PERRO QUE SOÑABA
El proyecto de ciencias no solía ser
algo que dejara grandes experimentos en el colegio. Casi siempre consistía en
alumnos presentando trabajos que habían sido hechos por los mismos padres. Por
eso el profesor Orfilio se mostró asombrado cuando se desarrolló el proyecto de
ciencias número XX. Como siempre, el profesor iba revisando el experimento
hecho por cada alumno. Ahí estaba Samuel con el clásico modelo a escala de un
volcán. Más allá Sofía mostraba orgullosa una lámpara que se encendía con una
batería a la que había que conectar dos alambres de cobre alternadamente. También
estaba Gonzalito quien había ido vestido de Albert Einstein. Ante la pregunta
de que cuál era el experimento en sí, el niño solo atinó a contestar: ¿Me va a poner un 7?
Pero fue cuando llegó hasta el puesto de
Lila que el profesor Orfilio casi se desmaya. La niña mantenía una pequeña
tortuga en una jaula que tenía conectados unos diminutos electrodos en su
cabeza. Estos, a su vez, estaban conectados a un equipo que parecía un antiguo
vhs. Sobre este, descansaba una pantalla led, la cual presentaba la pantalla en
estática. De pronto, la pantalla mostraba imágenes que no parecían tener
sentido alguno. Estaban en blanco y negro y parecían reflejar algo: los
pensamientos de la tortuga.
-¡Esto es increíble!-exclamó Orfilio-
No lo dudo ni por un instante: tienes un 7 merecidísimo.
-Gracias, profesor. Estuve una semana
ocupada en este invento. ¡Valió la pena!
-¿Una semana? ¡Pero espera! Esto debió
haber tomado meses o años. ¿Cómo es posible que lo hayas creado en tan poco
tiempo? ¡Necesito que me cuentes todos los detalles!
-Es que en mi casa somos una familia
de inventores. Mi tatatatarabuelo, o algo así, inventó un prototipo de cohete
para viajar a la luna pero la NASA le quitó la patente.
-¿En serio?
-¡Sí! Una tía, también, vive en el
campo y creó una ponedera ándate, que es como un robot sobre el cual las
gallinas se colocan para poner huevos. El robot les crea un ambiente muy cómodo
para que pongan huevos. ¡Hasta les pone música clásica!
-¡Qué prodigio de familia!
-Profesor, lo puedo invitar a mi casa si
quiere. Ahí podrá apreciar mejor mi invento porque con mi perro funciona a la
perfección. No lo traje a él porque se pone muy loco pero allá en la casa se
porta bien.
-¿Me estás diciendo que tu invento
funciona aún mejor?
-¡Claro! Si lo que piensa y sueña mi
perro se ve a colores.
Fue así que el profesor Orfilio fue un
día de visita a la casa de Lila. Los padres apenas intercambiaron palabras con
él puesto que iban de un lado para otro cargando piezas metálicas para uno de
sus inventos.
-¡Estamos creando un refrigerador
robótico que con el solo escuchar nuestra voz cambie su temperatura a gusto!...
Si le da hambre dejamos unas cosas en la nevera…si es que no se han echado a
perder. ¡Lila está en la sala de experimentos caseros, siga hasta el fondo!
Así hizo el profesor. Avanzó hasta el
fondo por el pasillo. Llegó hasta una puerta que tenía un letrero iluminado el
cual decía: Sala de experimentos caseros. Tocó la puerta. De inmediato, sonó
una especie de timbre y una voz se dejó oír:
-¿Quién es usted?
-Soy el profesor Orfilio… ¿Con quién
tengo el gusto?
-Usted habla con la puerta. Mi nombre
es Gertrudiz. Por cierto, Lila lo espera adentro. Tenga la amabilidad de pasar.
La puerta se abrió. Ahí, en medio de
la sala, Lila estaba jugando con su perro.
-¡Hola, profesor! ¡Qué bueno que vino!
Le presento a mi perro Chocolín.
-¡Hola, Chocolín! ¿Cómo estás,
muchacho?
El perro se abalanzaba juguetón sobre
el profesor. Se paró en dos patas y le lamió la cara.
-Venga, profesor. Le mostraré dónde
trabajo.
Lila llevó al profesor hasta una gran
mesa en medio de la sala. Ahí había una serie de alambres, pedazos de metal y
cachivaches varios que parecían haber sido reciclados de la basura.
-Aquí es donde se crea la magia,
profesor. Los electrodos están hechos con alambres que he encontrado tirados en
la calle. No sé porqué pero han resultado mejores conductores de los
movimientos eléctricos que se dan dentro del cerebro. Ahora le mostraré lo que
le decía en el colegio.
Lila llamó hacia sí a su perro que no
paraba de moverse. Intentó tranquilizarlo hasta que el animal se mostró más
dócil. Entonces colocó varios electrodos alrededor de la cabeza de la mascota.
Luego de encender el equipo parecido a un vhs, y la pantalla led, Lila indicó
la pantalla. El profesor Orfilio se llevó las manos al rostro presa de la
emoción. Ahí, en la pantalla, se veía a dos personas con cuerpos fofos y que
hablaban en tonos agudos. Además, la imagen estaba a color.
-¿Esos somos nosotros?
-Así es, profesor. Es la forma en que
Chocolín nos representa en su inconsciente.
-¡Qué maravilla de invento, Lila!
-Gracias, profesor. Pienso patentarlo
y ocuparlo para que la gente sepa que los animales tienen pensamientos y
sentimientos. Así serán respetados.
El profesor observó admirado a la
niña. No había reparado en las posibles implicancias de un invento así en el
mundo.
-Pero hay algo que me llama la
atención- dijo Lila- Me he dado cuenta que el cerebro de los animales a los que
les he puesto mi invento, es más activo mientras duermen y eso, al parecer,
hace que las imágenes que se ven sean más nítidas.
Lila fue hasta un mesón y tomó un
rollo de papel con los patrones electroencefalográficos de la actividad
cerebral nocturna de Chocolín. Se apreciaba claramente una hiperactividad. El
profesor se pasó una mano por la barbilla.
-Quizás tiene que ver con la fase REM
del sueño. O es que quizás el cerebro de los animales procesa más la
información del medio circundante una vez entran en reposo.
-Puede ser, profesor.
-Oye, Lila y… ¿Y no has probado tu
máquina en personas? ¿En ti misma por ejemplo?
La niña se quedó pensativa.
-Lo he intentado pero no pasa nada.
Aunque…
Lila observó a Chocolín jugar, aún con
los electrodos en la cabeza.
-¿Aunque qué, Lila?
-Lo que pasa es que una vez le dije a
mi papá que me ayudara. Lo probé solo con él y no funcionó. Pero se me ocurrió algo:
puse varios electrodos, al mismo tiempo, tanto en la cabeza de Chocolín como en
la de mi papá. Y por un momento aparecieron dos imágenes superpuestas. Las dos
a colores. En una Chocolín pensaba en comida y en otra mi papá pensaba en un
robot que quería armar. Duró unos diez segundos pero fue lo único que me ha
resultado mejor en personas.
El profesor Orfilio estaba fascinado
con los detalles. Volvió a pasarse varias veces la mano por la barbilla. Miraba
hacia uno y otro lado en busca de inspiración. Observó las montañas de alambres
y metales que había sobre la mesa. Estuvo así un buen rato hasta que su rostro
se iluminó.
-¡Ya sé!- exclamó- Quizás no se trata
que tu experimento funcione solo en animales. Y sobre todo en animales que
duermen. Puede ser que la forma de la electricidad de las partículas cerebrales
viaja a otra frecuencia que la de un animal. Sin embargo, también puede ser, es
solo una hipótesis, que tu experimento recoja de igual forma las ondas
cerebrales de un animal y un humano si estos dos están durmiendo al mismo
tiempo.
Lila se llevó las manos a la cara.
-¡Profesor, no había pensado en eso!
¡Le diré a mi papá que se duerma para hacer el experimento!
-No, Lila, no es necesario. Yo me
ofrezco como voluntario. Yo hice la hipótesis así que es mi deber con la
ciencia.
-¡Genial, profesor! ¿Pero cómo se va a
quedar dormido? Con Chocolín no es difícil porque le gusta dormir. De hecho ya
tiene cara de sueño. ¿Pero y usted?
El profesor dio unas risitas.
-La verdad es que solía quedarme
dormido mientras me contaban un cuento.
Entonces el profesor se puso en el
suelo, boca arriba, con la cabeza afirmada en un colchón que Lila le pasó. La
niña conectó electrodos en la cabeza de él y luego en la de Chocolín quien, al
lado del profesor, dormía plácidamente. Acto seguido, Lila se puso al lado de
su invento para monitorearlo y ver si lo que pensaban, se hacía efectivo. La
niña tomó un libro de cuentos y leyó cada página con una voz suave. Fue así
como de a poco, el profesor Orfilio fue entrando en el sueño.
El profesor abrió los ojos. Se encontraba
de pie. Sintió algo diferente a cuando uno está en un sueño. No, no era esa
sensación, se dijo. Por lo tanto, no podía ser que estuviese dormido. Sin
embargo, a su alrededor había un campo de verde brillante. Y a todas luces, eso
no era la casa de Lila. Se agachó y tocó la textura de la hierba. Era incluso
mucho más suave que el pasto “real”. Avanzó por un prado en el que no se veía
nada. Sin embargo, de a poco empezaron a aparecer cosas. Había un campo de maíz
circundado por una cerca. Se acercó hasta el sembrado. Acarició las mazorcas.
Tanto su olor como su textura le abrieron el apetito. Sacó uno y lo comió con
fruición. No podía dar crédito de lo que estaba experimentando. Incluso su
estómago emitió un sonido demandando más comida. Entonces el profesor levantó
la mano hacia el cielo, mostrando la mazorca.
-¡Lila! ¿Estás ahí? ¿Me escuchas o
ves? ¡Mira este choclo! ¡Está riquísimo!
No obtuvo respuesta. Sin embargo,
luego de unos segundos escuchó el sonido de unos pasos. Divisó al horizonte,
hacia donde habían aparecido un conjunto de árboles. Entonces vio cómo de a
poco un grupo de personas venía corriendo hacia su dirección.
-¡Hola! ¿Usted me estaba llamando?
El profesor Orfilio abrió la boca.
Frente a él estaba Lila, pero con la cabeza más grande y un tono de voz más
agudo. Al lado de ella había un chancho, un pato, un pollo, una gallina y un
perro.
-¿Lila?
-¡Sí, soy yo! ¿Quién es usted?
-Pero si yo soy el profesor Orfilio.
¿No me recuerdas?
El profesor se llevó una mano a la
cabeza. Se rio. Era obvio que no le reconocería pues era una representación de
Lila echa por el inconsciente de Chocolín. Aunque era una representación
demasiado exacta.
-Perdona. No creo que me reconozcas.
Soy un profesor y estoy… Digamos que estoy investigando la vida en el campo.
-¡Qué súper genial! ¡Me encanta
investigar!- exclamó el perro.
-¿Y tú eres…?
-¡Yo soy Chocolín! La gallina es
Josefa, el chancho se llama Sancho, el pollito es Cocorocó y el pato es
Venancio.
Cada animal saludó muy amable.
-Chocolín, luces muy bien- le dijo
Orfilio reparando en que el animal se veía más grande y también con la cabeza
de mayor tamaño.
-¡Muchas gracias, amigo! Eso me ha
dado muchas ganas de cantar y bailar. ¡Vamos!
De pronto, sin que Orfilio se diese
cuenta, su vestuario había cambiado. Ahora tenía ropa de marinerito y se
encontraba en una especie de escenario virtual. A su lado, todos los animales y
Lila estaban bailando y cantando.
-¡Guau guau gua gua gua! ¡Guau guau
gua gua gua, así yo ladro, así yo ladro!- cantaba Chocolín.
Orfilio sintió que su cuerpo se movía
solo y hacía movimientos que en la “realidad” jamás habría podido hacer.
-¿Estoy en un programa infantil?- se
preguntó- ¿Cómo es posible que el sueño de este animal sea tan lúcido y tan
bien organizado?
Cuando la canción terminó, Orfilio no
se sentía cansado. Al contrario, tenía deseos de seguir bailando y cantando.
Volvió a aparecer en el campo. Feliz por ello, inhaló aire, que se sentía muy
puro, hasta repletar sus pulmones y luego corrió y corrió solo por el gusto de
hacerlo. Cuando se detuvo, no sintió cansancio. Aquí, lo esperaban los animales
y Lila.
-¡Cómo me gustaría que la realidad
siempre fuese así!
Chocolín y Lila se observaron extrañados.
-Pero si esto es la realidad. ¿De qué
hablas, Orfilio?- preguntó el perro.
-Quizás no lo sepan, pero afuera,
cuando el Chocolín real despierte, yo volveré a la realidad de los seres
humanos.
Entonces Chocolín, fiel a su espíritu
alegre y optimista, rompió en una risa.
-¿Por qué te ríes, Chocolín, co co
cooo?- preguntó la gallina Josefa.
-Porque lo que dice Orfilio me
recuerda un sueño que siempre tengo. Veo un planeta donde solo hay humanos que
hablan. ¡Los animales no decimos ni pío! Y en ese mundo Lila es una científica
y yo solo me dedico a jugar y ladrar… Pero no soy muy inteligente.
Todos observaron a Chocolín muy
interesados en lo que contaba.
-Pero Chocolín, estás describiendo mi
realidad- dijo Orfilio.
-¡Esto se volvió muy complicado!-
reclamó el chanchito Sancho- ¡Mejor cantemos y bailemos!
De inmediato aparecieron todos
vestidos con trajes de carnaval y cada uno tenía un instrumento que tocaba.
Orfilio jamás había tocado una guitarra, pero ahora, de pronto, era un experto
virtuoso.
De pronto, Orfilio abrió los ojos. O
sea, los ojos de lo que él llamaba su “realidad”. Estaba en su casa, en su
habitación.
-¿No estaba en la casa de Lila?- se
preguntó- ¡Qué experiencia más extraña! Voy a visitar a Lila de nuevo para
contarle lo que me pasó con su experimento. Pero antes, tomaré mi desayuno.
Se preparó unos huevos revueltos y
unas tostadas. Comió con toda tranquilidad como en cualquier día normal.
Recordó que debía revisar algunas pruebas de sus alumnos y también recordó que
tenía una reunión de curso más tarde. De repente, se escuchó el timbre de la
casa. Se levantó y fue hasta la puerta. Entonces abrió.
-¡Hola, Orfilio!- exclamó Chocolín
junto a Lila y todos sus amigos- ¡Es un nuevo día para cantar, bailar y jugar!
El día en el campo estaba hermoso y el olor al maíz inundaba por
doquier.
***
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