Rodrigo Torres Primera Fase
EL
SABIO DE THARSIS
Rodrigo torres Quezada
Nuestra colonia comenzó su aventura de
terraformación el año 2130 D.C. Al principio fue extraño pero luego nos fuimos
acostumbrando debido a que nuestra tecnología humana había hecho avances
significativos en la odisea espacial. Llegué aquí junto a un grupo de cincuenta
personas, muchas de las cuales vinieron buscando nuevos horizontes de vida. Por
ejemplo, estaba mi amigo Alberto Cáceres y mi amiga Dorothy Palmer. Alberto
soñaba con conocer todos los planetas de nuestro Sistema Solar. Insistía en que
a Plutón no se le había dado la categoría que merecía por lo que él, algún día
llegaría hasta ahí y le diría al mundo las verdades de dicho planeta. Mientras
tanto, estaba en Marte entrenándose para algún futuro viaje a Plutón. Dorothy
en cambio era mucho más lógica. Su misión era traer algún día hasta Marte a
toda su familia y mostrarles lo bien que le había ido colonizando el planeta
rojo. ¿Y yo? Llegué aquí con la idea de implementar la agricultura mediante
invernaderos. Para ello traje conmigo un invento que diseñé junto a un equipo
de científicos. Muchos de ellos no pudieron venir hasta acá. Pero Alberto y
Dorothy me fueron de gran ayuda.
El aparato que traje conmigo se llama Big Bang Atmosférico. Le colocamos así
porque dicho de modo sencillo, lo que hace es crear una serie de sustancias o
moléculas que pertenecen a la atmósfera terrestre, como el argón o el oxígeno,
utilizando los componentes que se encuentran en la atmósfera marciana. Así, la
mezcla resultante es algo muy parecido al aire que se respira en la Tierra. Y
bueno, es la mezcla que llevamos todos en el tanque que está adosado a nuestros
trajes especiales. Debo decir que mi equipo y yo no fuimos los inventores de
esto. Solo perfeccionamos algo que venía desde hacía años perfeccionándose.
Pero confieso que me encanta que las personas me saluden como el Chico Atmosférico. Dicen que yo logré
que este aparato pudiera ser funcional y práctico. No quiero ser presumido.
Pero me gusta tener un lugar especial en esta comunidad.
No obstante, había algo que me tenía
con todos los sentidos alertas. Sucede que había un pequeño gran detalle que al
Big Bang Atmosférico le faltaba para
que fuese perfecto, o al menos nos ayudase en lo básico para vivir en Marte.
Era que el agua producida por la atmósfera artificial no era de la calidad que
esperábamos. Incluso varios, al tomarla, sintieran muchos dolores de estómago.
Pero a mí eso no me detenía. Es más, me daba más fuerzas para encontrar la
solución a este caso. Debo decir que el único que disfrutaba el agua de la
máquina, era Alberto. Le pedí que me dejara analizarlo para estudiar su sangre
y sus células. Aceptó muy tranquilo. No hallé nada fuera de lo normal. Mi
hipótesis era que quizás su organismo se había adecuado mejor al agua
artificial ya que estaba acostumbrado desde siempre a comer alimentos
transgénicos. La verdad no creo que hubiese sido eso. Pero necesitaba alguna
respuesta.
Y fue a partir de la búsqueda de una
solución para mejorar al Big Bang
Atmosférico, en pos de ayudar a la comunidad de nuestra querida colonia,
que nos aconteció un hecho increíble. Se los relataré de inmediato.
Les pedí a Alberto y Dorothy a que me
ayudaran a buscar rocas marcianas con forma de estrella. Según mis estudios,
las piedras de este tipo provenían de meteoritos que en algún momento habían
impactado en la superficie marciana y contenían gran cantidad de metano.
Quizás, si de alguna forma lograba “colisionar” estas piedras dentro del Big Bang Atmosférico, el metano podría
reaccionar generando algún tipo de reacción que llevara a que los gases se
condensaran y generaran agua. Además, estas piedras generalmente contenían
bacterias capaces de transformar cualquier gas en un líquido, no necesariamente
bebestible, por lo que era muy necesario recolectarlas. El caso es que los tres
fuimos hasta la zona de Tharsis, donde se encuentran varios cráteres de Marte.
Alberto más que ayudar a encontrar piedras estaba entretenido admirando el
paisaje. Él, en su mente siempre soñadora, se imaginaba que ahí podría
construir en algún momento algún parque de diversiones. Dorothy le dio un
coscorrón en la cabeza para que se pusiera a trabajar. A él no le quedó otra
más que hacer caso. De pronto, Alberto divisó una piedra mediana con forma de
estrella. Intentó levantarla, pero al hacerlo, algo se activó. Una especie de
compuerta. Los tres nos observamos sorprendidos. Bajo nuestros pies habían unas
escalinatas. Nos miramos sin saber qué decir. ¡Bajemos!, exclamó Alberto. Lo
seguimos.
Mientras descendíamos, nos sorprendió
el que hubieran linternas con luz eléctrica adosadas en las paredes. Dorothy,
además, reparó en unos extraños dibujos que aparecían a lo largo de la
escalera. Nos recordó mucho a los antiguos dibujos de las cuevas prehistóricas
en la Tierra, solo que aquí había mayor sofisticación. Un dibujo, por ejemplo,
mostraba a un hombre mirando cómo despegaba una nave espacial desde la
superficie marciana. Lo curioso es que no miraba la nave como si lo hubiesen
dejado solo abajo. La observaba alegre. Había también fórmulas matemáticas que
no entendimos bien. Al llegar abajo, nos encontramos con una puerta de un
material parecido al hierro. Era entre ocre y café. Alberto, sin pensarlo, tocó
varias veces. De pronto, la puerta se abrió de sopetón y nuestro amigo quedó
golpeando el aire.
-¡Vaya! Por fin llegan. Pensé que no
me encontrarían nunca.
Se trataba de un hombre mayor. Le
calculé unos setenta años o un poco más. Vestía con un traje luminiscente y lo
más sorprendente era que no usaba ningún tipo de burbuja como nosotros, ni un
estanque para respirar. Nos hizo pasar rápido como si nos hubiese estado
esperando desde hacía mucho tiempo. Avanzó hasta lo que parecía ser un
laboratorio, un tanto rústico en apariencia, pero que poseía aparatos que nunca
habíamos visto antes.
-Los terrícolas siguen siendo muy
lentos parece- dijo- Aquí en Marte, uno se pone más acelerado. Y eso que aquí
un año dura casi el doble que allá en la Tierra. Cosas curiosas de este
planeta, ¿no creen?
Mientras hablaba iba de un sitio a otro
observando distintos frascos que contenían plantas. Estas se movían como si
bailaran.
-Las visitas las colocan así. ¿Y por
qué demoraron tanto en llegar?
-¿Usted sabía que vendríamos?-
preguntó Dorothy hablando por todos.
-Obvio. Desde las primeras colonias
que los he estado viendo. He colocados sensores en varios puntos de Marte para
saber qué está sucediendo. Cada vez que llegan nuevos visitantes, los puedo ver
a través de mi pantalla.
El hombre indicó una pantalla
parecida a la de un televisor pero era toda gris y de ella se desprendían
algunas chispas eléctricas.
-¿Pero cuánto tiempo lleva aquí?-
pregunté mientras observaba cada cosa que había ahí.
-El tiempo suficiente como para
considerarme un ciudadano marciano.
-¿Pero cuál es su nombre?
La pregunta de Alberto era la más pertinente.
-Cuando llegué aquí, mi nombre daba lo
mismo. Ahora me considero un ser vivo.
Ante nuestras caras de confusión, el
hombre dio una risotada. Entonces nos invitó a sentarnos en unas sillas de
madera, alrededor de una mesa rocosa.
-Está bien. Les contaré el comienzo de
todo: yo vine en la primera expedición a Marte que se hizo con seres humanos.
-¿La Misión Clímax 01?- pregunté con
emoción.
-No. O sea, se le dijo a la humanidad
entera que esa fue la primera. Pero no. Antes hubo otra pero nadie lo supo.
Nosotros debíamos preparar el camino para que la colonia de Clímax 01 llegase
sana y salva a Marte.
Alberto, Dorothy y yo, nos observamos
sorprendidos. Luego, seguimos escuchando al hombre.
-Fue un viaje genial. Muy hermoso.
Imagínense: viajar en el espacio, traspasando la órbita de la luna, sabiendo
que llegaríamos a un lugar que ningún humano había pisado antes. ¡Yo estaba más
feliz! Cuando llegamos comprobamos muchas de las hipótesis que nos habíamos
planteado por años. Otras tuvimos que refutarlas. Una lástima que en ese tiempo
no tuviésemos aún tu invento, el llamado Big
Bang Atmosférico. Nos hubiera sido de gran ayuda.
-¡También sabe eso!- exclamé.
-Como dicen por ahí: yo lo sé todo y
lo que no sé, lo invento- y rompió en risas. Entonces prosiguió-. El caso, mis
jóvenes amigos, es que nos entusiasmamos mucho con la misión que se nos había
encomendado. Nosotros debíamos volver pronto puesto que la nave interplanetaria
que ocupamos era la misma con la que la misión Clímax 01 debía viajar. Entonces
sucedió lo que nadie habría planeado: con el trajín, con todo el ajetreo que
hubo, a mis compañeros se les olvidó algo. O mejor dicho alguien. ¡Yo!
Con mis amigos no sabíamos si reír o
consolar al hombre. No obstante este parecía disfrutar ese recuerdo.
-¡Oigan! ¡Si fue como esa película antigua
que existía! ¿Cómo le decían? ¿El Pobre
Angelito? Algo así. Me quedé solo en este planeta.
-Pero, ¿y cómo le hizo para
sobrevivir?- preguntó Dorothy muy atenta a cada palabra del anciano.
-Bueno, ahí viene lo divertido. A mis
compañeros se les olvidó llevarme en la nave. O sea, se les olvidó la pieza más
importante ya que yo tenía conocimientos muy elevados en cuanto a la producción
alimentaria en base a elementos y moléculas simples. ¡Oh! Esperen un momento.
El anciano sacó de un cajón de piedra
una especie de inhalador para asmáticos. Se lo llevó a la boca, aspiró y luego
volvió a guardar el aparato.
-¿También da asma en Marte?- preguntó
Alberto preocupado.
El
hombre rio.
-No. Eso es solo un pequeño utensilio
que creé para que mis pulmones contengan por varios minutos oxígeno. Ustedes me
ven respirar tranquilo, sin ningún aparato en la cabeza, pero en verdad mi
respiración es solo un mecanismo reflejo de mis pulmones. En realidad ya están
llenos de aire. Solo debo reemplazarlo cuando siento cierto ahogo.
Debo confesar que me sentí maravillado
y a la vez un tanto envidioso de su invento. Con nuestro equipo estuvimos años
perfeccionando el Big Bang Atmosférico
pero él había creado solo aquel aparato como si fuese algo muy sencillo.
-Es usted increíble- dije.
Me observó sonriendo.
-No. Ustedes son los increíbles porque
están dándolo todo por su comunidad. Están pensando en el futuro pero no solo
en el suyo. Sino que en el de todos. Y lo digo porque sé que están buscando
cómo crear agua con su máquina.
-¿También escucha nuestras
conversaciones?- preguntó Alberto.
-Lo que se sabe, no se pregunta- dijo
el hombre. Y rio solo.
De pronto se levantó de su asiento.
Nos pidió que le siguiéramos. Así lo hicimos. Abrió una puerta también de color
ocre y café. Al ver lo que había detrás, nos dejó boquiabiertos: era un curso
de agua.
-Este pequeño curso antes no existía.
Tuve que excavar metros y metros hasta dar con piedras congeladas. Las derretí
aplicando un golpe de calor y desde entonces no han parado de dar este curso de
agua. Pero lo interesante es que si tú echas un poco de esta agua en tu
máquina, esta ya no solo aportará aire artificial sino que duplicará el agua y
con gran calidad.
-Esto es increíble- dije emocionado-
¿Por qué no viene con nosotros a la superficie? Nos sería de gran ayuda. Además
debe sentirse solo aquí.
El anciano me palmoteó la espalda.
-¡No! Aquí soy muy feliz. Así quiero
seguir por lo que me queda de vida. Además, una vez yo no esté, este laboratorio
puede quedar para ustedes.
Con mis amigos nos miramos
maravillados.
-¡Vamos!- dijo- Lleven agua a su
colonia. Espero que gracias a personas como ustedes la terraformación de Marte
se logre muy pronto en todo este maravilloso planeta.
Nos despedimos contentos del anciano.
Gracias a él nuestra colonia pudo gozar de un líquido de calidad, y por
extensión de alimentos nutritivos. Nos dio, además, la esperanza de seguir
experimentando y creando para así, en algún momento, hacer de Marte una nueva
Tierra próspera y amigable.
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