Rodrigo Torres Quezada Segunda fase

 

LOS COMERCIANTES DEL PUNTO GAMMA

 

 

 

         Cada vez las colonias en Marte iban creciendo en número. Al principio fueron grupos de personas que querían vacacionar por unos días pero muy pronto eso pasó a ser ya algo de palabras mayores: la terraformación del planeta. Yo llegué con mis papás en una de estas últimas colonias. Mi padre era biólogo evolucionista y mi madre geóloga. Así, ambos me heredaron un gusto especial por conocer la naturaleza y todo lo relacionado con las ciencias. Sin embargo, al hacerme adulto, decanté por lo social. Así, me distinguí por mis aportes a las comunidades marcianas, sobre todo en la colonia donde vivo: Orbitalia. Por ello, las personas que aquí habitan me dieron la honrosa misión de ser su Factor Alfa. Este término lo usamos para reemplazar los conceptos de “líder”, o “presidente”, etc. Ya que en realidad no hay jefes ni jefas propiamente tales. Más bien, los “factores alfa” somos algo así como guías del buen entendimiento social. Y nos ha ido bien. En mi cargo sucedió algo que cambió nuestra forma de ver al planeta Marte (ya después nombrado por muchos como Nova Terra). Fue algo que se dio en conjunto a una serie de acontecimientos que envolvieron a nuestra comunidad.

         En el trigésimo año luego de la formación de Orbitalia, llegó hasta nuestra colonia un equipo de investigadores enviados desde la Tierra con el propósito de encontrar nuevos materiales para construir bases satelitales capaces de ocupar la antimateria en la transmisión de imágenes holográficas. En fin, asuntos técnicos de especialistas. Lo que llamó mi atención fue que el equipo estaba compuesto por arqueólogas, antropólogas, paleontólogos y psicólogos planetarios (una nueva especialidad que jamás tuve muy en clara su función). Como yo tenía un acercamiento a estos temas, debido a mis padres, estuve muy pendiente de la labor de ellos haciéndoles todo tipo de preguntas. Además, como factor alfa eso era parte de mi trabajo. Ante muchas de mis inquietudes siempre contestaban que eran asuntos confidenciales pero que si había cualquier descubrimiento, entregarían detalles a toda la comunidad. Pero no todos en el equipo eran científicos. Había un hombre de barba larga que se paseaba de un lado a otro dando saltitos unas veces, y otras aleteando como mariposa.

         -¿Y ese qué hace?- pregunté intrigado.

         -Ese es Ramiro, el Psicopompo de la luz- contestó la paleontóloga jefa del grupo, Joan.

         -¿Psicopompo?

         -El alto mando consideró que sería necesario enviarle hasta aquí porque dicen que tiene el arte de crear mundos con sus palabras y porque… Bueno, “es simpático y gracioso”. Sí, eso dijeron.

 

         Y no era broma. Con el pasar de los días, el Psicopompo se hizo amigo de todos en la comunidad y era común verle jugando al Tere Turi, un juego marciano consistente en cambiar la gravedad de una pelota mediante la presión ejercida sobre ella con el aire de un tanque especial de oxígeno creado especialmente para el juego. La verdad es que el Psicopompo no era muy bueno en el juego. Pero resultó ser como decían: simpático y gracioso.

         Ahora bien, mientras el equipo de científicos y especialistas estaba haciendo su trabajo, llegó otro grupo de personas. Aterrizaron un día en una nave bastante estrambótica. O al menos, en nuestro parámetro marciano, eso nos pareció. Era una nave parecida a un satélite pero con propulsores que giraban en distintas direcciones, como si fueran electrones alrededor de un núcleo atómico. La carcasa era de diferentes colores y estaba llena de dibujos que parecían hechos por niños. Sin embargo, sus tripulantes aparentaban no estar a tono con la nave. Y es que apenas se abrió una compuerta de la nave, bajaron por una escalinata, cinco hombres delgados vestidos de terno y corbata. Llevaban cada uno unos maletines oscuros. Una de las cosas más llamativas, además de su atuendo, era que no utilizaban ningún aparato, como nosotros, para poder respirar sin problemas. Junto a una comitiva de la comunidad fuimos a salirles al paso.

         -¡Hola!- les dije con el mejor de los ánimos- Soy el Factor Alfa de la colonia de Orbitalia. Sean bienvenidos. ¿A qué debemos su visita?

 

         Se observaron entre sí confundidos. Miraban a uno y otro lado. Incluso uno se agachó y acarició el suelo. Antes de contestarnos, se agruparon entre sí dándose un abrazo. Luego, volvieron a mirarnos de frente. Uno de los hombres se llevó un dedo a la oreja y se la rascó un buen rato. Aunque más bien, parecía como si hubiese estado ajustándose algo. Entonces, recién ahí, habló.

         -¡Qué cambiado está esto! Hasta se comunican en otro idioma.

         -¿Disculpe?- pregunté. No entendía de qué hablaban.

         -¿No se acuerdan de nosotros? Yo soy Anaxylemo.

         -Disculpe. Es primera vez que los vemos- contesté.

 

         El grupo de hombres estaba realmente extrañado. Volvieron a agruparse en un círculo dándose un abrazo. Luego, retornaron a darnos la cara.

         -Ustedes son muy graciosos. Y su planeta lo es también. ¡Si no ha pasado tanto tiempo desde nuestra última transacción comercial!

 

          Entonces otro de los hombres se acercó hasta Anaxylemo y le dijo algo al oído. Así, este dio una sonrisa vergonzosa.

          -Ups, si es verdad lo que dice mi compañero… Entonces parece que sí hemos demorado… Pero no se preocupen, sabremos pagar con creces todo este tiempo transcurrido.

          -Sigo sin entender- les respondí. El resto de la comitiva estaba tan confundido como yo.

 

         Anaxylemo hizo un gesto a uno de los hombres. De inmediato, este corrió hacia la nave y de vuelta trajo consigo una mesa que parecía ser de un material que podría llamársele “plasmático”. Colocaron sus cinco maletines sobre las mesas.

         -Gracias a sus adelantos, las demás estructuraciones del hemisferio centrodimensional, nos hemos beneficiado una enormidad. Es por ello que tal como se acordó en la última reunión, hemos decidido pagarles con lo que ustedes nos pidieron. Espero que esto reactive su economía que me habían contado estaba un poco alicaída.

 

         Con la comitiva nos miramos agrandando los ojos. Tomamos los maletines y no supimos si había que abrirlos o no.

         -Ha sido un agrado establecer relaciones de intercambio comercial con ustedes. Les aseguro que cada vez que miramos nuestros bellos jardines y disfrutamos de la comida que su tecnología pudo ayudarnos a crear, nosotros les recordamos a ustedes y sentimos agradecimiento.

 

          Entonces Anaxylemo miró en derredor, al igual que sus compañeros.

          -Por eso me llama la atención que esto esté tan cambiado. Incluso ustedes usan ahora esos aparatos en su espalda… ¡Pero bueno! Supongo que demoramos un poco en regresar. Ahora con su permiso, debemos irnos. Aún hay más estructuraciones con las cuales saldar nuestras deudas. ¡Un fraternal saludo!

 

         Los cinco hombres hicieron un saludo moviendo las manos como si limpiaran un vidrio. Luego, subieron presurosos hasta su nave. En tan solo segundos esta salió de la atmósfera marciana y se perdió sin dejar rastro alguno. Apenas se fueron, con la comitiva decidimos abrir los maletines. Nuestra sorpresa fue grande al ver que cuatro de los maletines estaban llenos de pasto. O algo parecido al pasto. Nos pusimos a reír. Y más nos reímos cuando a mí me tocó abrir el quinto maletín: se trataba de un simple oso de peluche. Dedujimos que todo se había tratado de una broma. Seguramente, desde la Tierra nos habían enviado un grupo de humoristas para entretenernos. Aunque aún así, habían cosas que me quedaron rondando en la cabeza. Sobre todo lo relacionado con lo que ellos llamaban “intercambio comercial”.

         Sucede que las primeras colonias marcianas no tenían un sistema económico propiamente tal, como se le conocía en la Tierra. Más bien era un sistema de trueque. Por ello, se le llamó a esta fase como la de Intercambio solidario. Luego de unos cinco años, desde la Tierra se importó hasta Marte una serie de colchones, cojines y almohadas para que se nos hiciera más cómodo el dormir y el sentarse. Estábamos un poco aburridos de sentarnos solo en piedras, la verdad. Y fue así como, aunque suene curioso a los oídos de alguien nacido en la Tierra, por muchos años, y hasta la hora, nuestro sistema económico se basó en el intercambio de almohadas o cojines. Y a esto, en sus primeros años, se le llamo la fase de Intercambio suave, en alusión a la suavidad del material en que estaban hechos dichos objetos terrícolas. No obstante, aún así, no podría hablarse de que teníamos un sistema económico basado en la creación de moneda o papel moneda. En cambio, la tercera fase, y que dura hasta nuestros días, es una especie de mezcolanza entre el trueque de cultivos marcianos y el intercambio de cojines y almohadas, en lo que conocemos como la fase de Intercambio mixto. Por ello, al oír a los hombres hablar acerca de intercambios comerciales, me pareció extraño. ¿Acaso estaban desde la Tierra indicándonos, mediante esos humoristas, que ya era hora de establecer un nuevo sistema económico parecido al que aún insistían en ocupar allá? Estas y otras preguntas tenía en mi cabeza aquellos días.

         Un día, luego de hacer mi acostumbrada ronda por la colonia, fui a ver cómo les iba al equipo de científicos e investigadores. No los vi en el lugar donde estaban trabajando, un sitio al que ellos llamaban Gale II, así que me adentré en las sinuosidades rocosas que ahí habían. Mi sorpresa fue enorme cuando encontré al Psicopompo saltando encima de una roca, gritando hacia el cosmos. Me acerqué hasta él para averiguar el porqué de su algarabía. Fue entonces que descubrí al equipo entero dándose abrazos y gritando con euforia: ¡Lo encontramos!, ¡Lo encontramos! Raudo, corrí hasta su encuentro. Al verme, no supieron cómo reaccionar.

         -¿Por qué están tan contentos?- pregunté.

 

         Entonces, Joan, la paleontóloga, me indicó hacia el frente: ahí, rodeada por rocas rojas y azules, había una estatua. Era de un color parecido al plateado y en su pecho había una oquedad brillante. Su figura no se asemejaba a nada que yo hubiese visto antes. Quizás, la imagen de un gato podría tener cierta cercanía. Y lo más curioso era que entre sus manos, la estatua sostenía un libro grueso.

         -¿Qué es esto?- pregunté admirado.

 

         Joan me tomó de un hombro y me pidió que la acompañase. Así lo hice. Caminamos hasta unas piedras que había cerca y ahí nos sentamos.

         -Es tiempo que te explique la razón por la que el alto mando nos envió hasta Marte.

         -¿Nuevos materiales para construir satélites?

         -Bueno, sí… Pero la misión más importante era encontrar los vestigios de los primeros habitantes de Marte.

         -¿Aquí hubo vida?- pregunté emocionado. Aquello siempre había sido una especie de leyenda entre la gente de mi generación.

         -¡Claro que la hubo! Nuestros estudios dicen que fue una sociedad muy avanzada. No sabemos bien el porqué desaparecieron de pronto. Aún tenemos la idea de que fue por asuntos medioambientales y geológicos. Pero es un misterio… Quizás incluso tuvieron que partir hasta otros nuevos territorios.

         -¿Y esa estatua la construyeron ellos, entonces?

         -Así es. Pero no es cualquier construcción. Verás, la sociedad de los primeros habitantes de Marte tuvo un muy ordenado sistema económico. Esto lo sabemos por un manuscrito encontrado en Gale I por los equipos de científicos de las primeras colonias. Es una información secreta que ni nosotros conocemos bien. Pero es así. Ahora, el alto mando nos envió para que descubriéramos ese sistema y poder aplicarlo tanto en la Tierra como aquí, en Marte.

         -¿Un sistema económico? Pero si estamos muy bien con las almohadas…

         -El alto mando quiere que eso cambie… Verás, lo que sostiene la estatua es una especie de libro con el debe y el haber de los habitantes marcianos. Es algo así como un testamento de contabilidad. Ahí está el secreto de lo muy ordenada que fue su sociedad. Quizás si logramos descifrarlo, podremos entender cómo comerciaban o vivían. A lo mejor también entenderemos hacia dónde se fueron.

         -¿En qué idioma está?

         -No lo sabemos. Se dice que hay gente muy entrenada por el alto mando para descifrar este tipo de idiomas… Pero en mi equipo no hay nadie que lo pueda hacer.

         -Me gustaría tanto ayudarles. Pero no sé cómo.

         -No te preocupes, el alto mando va a tener que enviar a otro equipo. Lo solucionaremos. Tenlo por seguro.

 

         Ya era tarde. Así que me levanté de la piedra. Me despedí de Joan y caminé rumbo hacia la colonia. No obstante, la voz de ella me detuvo.

          -¿Sabes algo? A veces me pregunto qué usaban para hacer sus intercambios comerciales. No sé, es una duda que tengo desde hace mucho tiempo… Bueno, no te distraigo más. Yo vuelvo con mi equipo.

 

         Entonces cuando caminaba de vuelta hacia la colonia, recordé algo: la visita de los hombres de terno y corbata. ¿Y si en realidad hablaban en serio?, me pregunté. Así que corrí hasta la casa donde se reunía la comitiva de la colonia. En efecto, ahí estaban conversando acerca de asuntos sobre la comunidad.

         -¡Los maletines!- exclamé- ¿Dónde los dejaron?

         -¿Los maletines?- preguntó con una sonrisa Rodomiro, el más anciano- Se los dimos a los niños para que jugaran. Los muy traviesos dicen que los tiraron por el hoyo de Amat. ¿Y para qué los quieres? ¡Si ya sabes que esos hombres eran unos bromistas!

 

         Salí corriendo de la casa de la comitiva y fui hasta el hoyo de Amat. Este sitio no era más que un gran hueco y se decía que las primeras generaciones de colonos venidos desde la Tierra, le colocaron así en honor a un supuesto habitante marciano que tenía ese nombre y que vivía ahí dentro. Las generaciones posteriores tomamos aquello como un mito. Al llegar hasta ahí, me hinqué de rodillas. Tenía la esperanza de que quizás vería los maletines. No había certeza de cuánta era la profundidad de aquel hoyo. Algunos decían que medía unos diez metros y había otros que decían no tenía fin. Y es que al mirar por él, solo se veía una especie de neblina. Estaba absorto en mis pensamientos cuando de repente alguien me tocó un hombro.

         -¡Hola! ¡Hola! ¿Qué miras, amigo?

 

         Se trataba del Psicopompo. Como siempre, sonreía mientras jugueteaba con su barba.

         -Hay algo ahí abajo y tengo que recuperarlo. ¡Pero no sé cómo hacerlo!

         -¡Ay! Los jóvenes han dejado de lado el espíritu aventurero. ¡Pues bajemos!

         -¿Bajar? Pero no sabemos cuánto mi…

 

         No había terminado de hablar cuando el Psicopompo me había agarrado. Caímos por el hoyo. Al caer, comprobamos que no era tan profundo. Quizás unos cinco metros como mucho. Aún así, la caída fue dolorosa.

         -¡Qué divertido!- exclamó el Psicopompo- ¡Quiero saltar de nuevo, quiero saltar de nuevo!

 

         Busqué en el suelo. Y sí: ahí estaban los cinco maletines.

         -¡Ya! Encontré lo que buscaba… ¿Ahora como nos devolvemos?

       

         Nadie me contestó. Miré hacia los lados. El Psicopompo no estaba. Deduje que se me había adelantado hacia un túnel, iluminado por una luz difusa, que se habría por una caverna. Entré. Mientras caminaba se me vino a la nariz un olor muy agradable. Me trajo recuerdos de cosas que nunca había vivido. Esa fue la sensación. Y es que en verdad todo en ese sitio transmitía una idea de paz. De tranquilidad muy grande. Incluso escuché un silbido melodioso que recorría la caverna por donde caminaba. Deduje sería el aire que al entrar creaba ese sonido. ¿Pero cuánto aire marciano podía haber ahí dentro? De pronto descubrí al Psicopompo. Lo vi bailando alrededor de una piedra con forma de rectángulo.

         -¡Aquí estás! ¿Qué es eso?

         -¡Uh! Es algo muy bonito. ¡Es una canción!- exclamó él mirando con arrobamiento la piedra.

 

         Me acerqué hasta ella y vi que tenía escritas unas letras extrañísimas. Ni siquiera podría decir que eran letras. ¡No sé qué eran!

         -¿Pero y eso qué es? No entiendo lo que dice.

         -¡Te lo dije, amigo! ¡Es una canción!

 

         Me quedé sorprendido.

         -¿Sabes leer eso?

         -Pues sí que sí. El alto mando me enseñó ese idioma hace mucho, mucho.

         -Entonces… ¿Entonces te enviaron para que pudieras descifrar los textos marcianos?

         -Supongo que sí- e hizo unos movimientos como si danzara junto al viento.

         -¿Y qué es lo que dice esta piedra?

         -Pues, mi amigo, dice algo muy hermoso, hermoso:

 

La economía de nuestra Amatis no vive en el dolor,

Crece en medio de las sonrisas y el canto incesante;

No es un intercambio a base de desazón y clamor

Brota del bien común y el amor siempre reinante.

 

Y si por extrañas razones nuestra filosofía se torciera

Entonces de Amatis y su rojo fuego deberemos irnos

Porque la economía ser un fin último no debiera

Sino la hermandad total, así que ¡jamás confundirnos!

 

 

         -¿Qué significa todo esto?- pregunté en voz alta- ¿Y qué es Amatis?

 

         De repente, se escucharon unos pasos. Desde una de las entradas de la caverna apareció alguien. Venía vestido con un casco tubular oscuro y un traje parecido a una nube roja. Llevaba en su espalda una capa de color verde. Apenas nos vio, de inmediato apuntó hacia los maletines.

         -¿Quién eres tú?- pregunté asombrado por el extraño ser.

         -¡Uy! ¡Me gusta su estilo!- exclamó el Psicopompo.

 

         El ser habló repetidas veces en un idioma que ni el Psicopompo ni yo pudimos siquiera intentar comprender. Entonces, al ver que no le entendíamos, el ser se llevó una mano hasta su casco tubular y dibujó en él una especie de símbolos que aparecían y desaparecían en un segundo. Hizo unos movimientos con los brazos y entonces volvió a hablar:

         -¿Ustedes son los habitantes del exterior de Amatis?- ahora hablaba nuestro idioma. Su voz era cristalina.

         -¿Amatis?- pregunté. No sé qué es eso.

         -¡Es el nombre de esta estructuración!- exclamó el ser.

         Luego dio un suspiro y prosiguió:

         -Hace mucho tiempo ustedes me prometieron que haríamos el intercambio. Dijeron que les pedirían a los comerciantes del Punto Gamma el cristal. Y luego me lo entregarían.

         -¿El cristal?- la verdad no entendía nada.

         -Sí… Y como hace tanto que no venían, pensé que se había cumplido lo que dice esta piedra: que su filosofía se había perdido y sintieron que no eran merecedores de vivir en esta hermosa estructuración.

         -Nosotros venimos de la Tierra, amigo mío- dijo el Psicopompo.

 

         El ser movió su cabeza hacia un lado.

         -¿La Tierra? ¿Qué es eso?

         -Es un planeta- respondí.

         -¿Planeta? ¿A qué le llaman así? Miren, quiero volver pronto a mi dimensión, así que entréguenme esos objetos.

 

         Entendí que la situación ya no estaba en mis manos. Así que le entregué los maletines. El ser los abrió. Al ver aquello que a nosotros nos pareció simple pasto, el ser alzó las manos al cielo como si estuviera agradeciendo por lo que estaba ante él. Cuando abrió el maletín donde estaba el oso de peluche, casi me da un ataque de risa. Sin embargo, parecía ser un asunto serio. El ser sacó la cabeza del oso peluche. Bajo ella había una especie de cristal. Fue en este instante cuando me di cuenta que el peluche no era de un oso, sino que más bien parecía ser un gato. Como la estatua del exterior. Entonces, el ser arropó entre sus manos el cristal. Este comenzó a emitir una serie de rayos azules.

         -Muy bien- dijo. Luego, me entregó el cristal. Temí que quizás estuviese caliente pero no. Al tacto resultaba muy agradable- El cristal ya está listo. Y recuerden: El orden económico de Amatis se basa en el amor. Si olvidan eso, ya no serán dignos de esta estructuración.

 

         El ser sacó el pasto que había en los maletines y se lo llevó entre los brazos. Entró por un camino de la caverna y ahí ya no le vimos más.

         -¡Qué cosas pasan! ¿Eh?- dijo el Psicopompo.

         -¿Y ahora cómo saldremos?

 

         Entonces, el cristal empezó a parpadear y el sitio donde estábamos empezó a moverse hacia arriba. El techo rocoso se abrió de par en par. En pocos segundos ya estábamos en el exterior. Era de día. Alrededor nuestro estaba el equipo de Joan. No tenían palabras para describir el asombro que les dio vernos emerger así, de pronto. Les mostré a todos el cristal. Intenté contarles lo que había pasado pero no lo comprendían bien. Entonces, a Joan se le ocurrió algo. Tomó el cristal y se acercó hasta la estatua. Vio si el cristal coincidía con la oquedad de esta. Y sí, en efecto. Coincidían. Al colocarlo, sucedió algo que puede catalogarse como, simplemente, milagroso. De la estatua emanó una melodía muy hermosa que inundó en derredor. Mientras la escuchábamos, del suelo rocoso brotó pasto. Era un pasto muy parecido al que venía en los maletines, pero no era el mismo.

         -Increíble- dije.

         -¿Sabes qué es esto?- me dijo Joan con lágrimas de emoción en sus ojos.

         -¿Qué es?

         -¡Esta es su “economía”! ¡Con esto comerciaban!

         -¿Con pasto?

         -Es más que eso… Negociaban con el mismo planeta.

 

         Entonces Joan me dio un abrazo. Luego se nos unió el Psicopompo para terminar todo el equipo entero abrazándonos.

 

 

 

 

 

 

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