Rodrigo Torres Semifinal
BARYONYX
1799: Se cuenta que
Napoleón Bonaparte entró a la pirámide egipcia de Keops. Se dice que ahí durmió
una noche entera y vio cosas que jamás contó a nadie. Un año antes ya había
visitado las pirámides junto a un equipo de biólogos y científicos. La idea era
investigar las pirámides. Pero era más que eso. Se dice que dentro de la gran
construcción de Keops, Napoleón encontró un secreto. Algo que los egipcios
habían heredado de los sumerios en la antigua Mesopotamia y estos a su vez de
algún pueblo nómada que quedó perdido en los recovecos de la Historia. Fuese
como fuese, el caso es que Napoleón, aquella noche en que durmió solo, fue
capaz de trascender lo que él entendía por “conocimiento”. De ese suceso vivido
jamás dejó algún escrito. O eso se suponía. Hay quienes dicen que sí divulgó su
experiencia a alguien. A José Bonaparte, su hermano. Incluso hay quienes dicen
que el apelativo de “Pepe Botella” con que se le conoció a este, no fue por su
bajo porte, sino porque Napoleón lo había hecho guardián de una extraña botella.
Dentro de ella estaría el secreto de Keops. Eso dicen.
1830: Un grupo de obreros
corría por las calles parisinas mientras los soldados del rey iban tras suyo.
Los obreros traspasaron la hacienda de un rico burgués y se escondieron en una
de las bodegas de la mansión. Dentro, barriles de vino les sirvieron de
refugio. Uno de los obreros comenzó a sospechar que había mucho silencio. Pidió
a sus compañeros que le esperasen pues iba a investigar alrededor. Entonces
salió de la bodega y con paso sigiloso se asomó por una de las ventanas de la
gran casona. Dentro, un hombre que se encontraba rodeado de matraces y diversos
tubos de vidrio, estaba alistándose. Era como si tuviese que huir o viajar con
premura. El burgués llamó a sus criados y les pidió que le ayudaran a cargar
sus cosas en el carruaje. Sin embargo, en el apuro, una botella quedó encima de
un sillón de caoba. Algo había en ese objeto que llamó sobremanera la atención
del obrero. El burgués y sus dos criados subieron al carruaje y se fueron. El
galope del caballo se perdió tras unos segundos. Entonces el obrero comprobó
que habían dejado las puertas abiertas. Entró. En la mansión había cosas
tiradas por todas partes. El hombre halló diversos pasquines que se reían del rey.
Entonces entró en la habitación donde estaba la botella. La tomó con cuidado.
Notó que se trataba de una botella como cualquier otra, solo que tenía un papel
dentro. Iba a abrirla pero sintió ruidos. Eran los soldados del rey. ¡Lord Wilkins! ¡El Rey de Francia demanda su
presencia ante él!, gritaron. El obrero se escondió dentro de un mueble.
Los soldados recorrieron toda la mansión pero no hurgaron tanto debido a que al
ver todo desordenado, dieron por hecho que el dueño de casa había partido.
Entonces se fueron. Una vez se sintió libre, el obrero se llevó la botella y volvió
con sus compañeros.
1834: Luego que la
embarcación del Beagle descansara de su viaje por tierras chilenas, en el
puerto de Valparaíso, la tripulación tuvo un tiempo de relajo. Charles Darwin
aprovechó esto para conocer la zona y seguir haciendo sus investigaciones. Un
día, mientras paseaba por el puerto junto al dibujante Conrad Martens, se fijó
en una botella que se bamboleaba en el mar. En un principio no le prestó mayor
atención, pero cuando vio que en su interior parecía haber un papel, se sintió
atraído por el objeto. Dubitativo entre tirarse al mar o pedirle a alguien que
la sacase de alguna forma, fue Martens entonces quien se atrevió y le pidió a
un trabajador portuario que los ayudase. El hombre amarró un balde a un cordel
y luego de varios intentos logró sacar la botella. Después de agradecer al
trabajador, Darwin y su amigo se fueron caminando a paso rápido hacia un lugar
menos transcurrido. No querían llamar la atención en caso que el contenido
fuese algo en verdad para sorprenderse. Les costó sacar el corcho, pero cuando
pudieron, con nervios, extrajeron el papel. Era una especie de mapa, un tanto
rústico. En él había dibujados de forma infantil varios animales. Además, bajo
el mapa, había escrito en idioma francés un poema. Darwin que sabía algo del
idioma, se dispuso a leer:
El dragón y el saurio
Observan juntos
El anochecer del mundo
Ninguno de los dos prevaleció
Ante el caos
De misterio tan profundo
Tanto Martens como Darwin se mostraron
intrigados con lo que leyeron. No entendieron el significado de aquello. El
naturalista guardó muy bien el extraño papel y ya una vez de vuelta en
Inglaterra volvió a preocuparse de su contenido.
2158: En la embarcación de Empírika, viajaba una serie de científicos e investigadores,
hombres y mujeres que se notaban presos de un entusiasmo contagioso. Renato, el
biólogo más joven de la embarcación, quien contaba con veinticinco años, era
partícipe de esta alegría. No obstante, sentía que había algo extraño. Tomó su
brújula y luego miró un mapa personal que siempre llevaba consigo en todos sus
viajes. Al realizar su análisis, se acercó hasta el jefe de la expedición.
-Señor Johans, me preocupa la
dirección que está tomando el barco. Según mis cálculos Australia debería estar
en dirección noroeste pero estamos en 30º de inclinación nornoreste.
Johans en ese momento estaba admirando
la belleza del mar junto a otros científicos. Estos, al escuchar la pregunta
del joven, se dirigieron miradas con los ojos entrecerrados.
-Renato. No te preocupes. Deja que el
capitán haga su trabajo. Cuando lleguemos a destino podrás preocuparte de hacer
tu investigación. Ahora relájate y disfruta de esta maravilla. ¿No es imponente
el mar?
-Sí, lo es… Perdone por insistir pero
es que estoy muy emocionado por realizar mi investigación con las comunidades
de ornitorrincos y equidnas. Saber que han estado inmersos en un proceso de
selección natural a “corto plazo” me motiva demasiado.
A Renato le brillaban los ojos. Johans
le colocó una mano en el hombro.
-Por eso estás en esta expedición.
Porque eres especialista en animales raros.
Luego, el hombre le dirigió una mirada
amistosa a Renato y le pasó con fuerza una mano por el cabello.
Una noche, Renato dormía tranquilo en
su recámara pero de pronto una serie de sacudidas en la embarcación, hicieron
que despertara agitado. Subió a la superficie. El mar estaba apacible. Fue
entonces hasta donde el capitán para averiguar qué había pasado.
-¿Por qué nos sacudimos?
-Debió haber sido algún animal.
-¿Una ballena?
-Quizás más grande que eso- dijo el
capitán y dio una risotada.
Un día, cuando faltaban un par de horas
para levantarse, Johans entró de súbito a la recámara de Renato. Lo movió de un
lado a otro.
-¿Qué sucede?
-Ya llegamos.
Con la rapidez que pudo, Renato se
vistió. Subió a la superficie y pudo contemplar tierra. Lo que tenía frente
suyo distaba de la imagen que tenía de Australia. Lo primero que resaltaba era
la flora: árboles y plantas con formas que jamás había visto, rodeaban por
doquier. Toda la tripulación bajó por una escalerilla. Al pisar la arena de la
playa, Renato sintió como si sus pies hollaran algo muy frágil.
-Señor Johans… ¿Está seguro que esto
es Australia?
Antes que el hombre pudiese
contestarle algo, un grupo de monos apareció tras un árbol. Caminaban
semierguidos. Avanzaron hasta el equipo de científicos pero siempre cuidando de
no acercarse en demasía. Hicieron una especie de inclinación, como si
estuvieran mostrando sus respetos ante los humanos. Renato estaba
desconcertado.
-¿Qué clase de homínidos son esos?
Jamás había visto unos así.
Entonces Johans palmoteó la espalda de
Renato.
-Levantaremos las carpas y entonces te
voy a explicar algo. Por mientras ayuda a llevar los equipos.
Mientras más pasaba el tiempo, más a
Renato se le hacía extraño ese lugar. Quiso indagar con los demás científicos
pero todos le dijeron que esperara un rato. Cuando ya no aguantaba más por
saber dónde estaban, apareció Johans cruzando un pequeño curso de agua. Llevaba
una cesta de frutas para el almuerzo.
-¡Con esto nos daremos un festín!
Renato se acercó hasta el hombre. Miró
la cesta. Ninguna de esas frutas las había visto alguna vez en su vida.
-No. Definitivamente no estamos en
Australia… ¿No es así, señor Johans?
El hombre dio un suspiro.
-Estás en lo cierto, Jovencito. Ven
sentémonos en el suelo. Te contaré todo- el hombre tomó una fruta de color
rosáceo y empezó a comerla a mordiscos- Hace muy pocos años, se descubrió que
el Museo de Historia Natural de Londres albergaba un objeto que estaba entre
las pertenencias de Darwin, que los descendientes donaron para su conservación
patrimonial. Se trataba de un mapa con las coordenadas, que recién hace poco se
pudieron decodificar, de una isla a la cual nadie había viajado antes. Precisamente
esta isla, en la cual estamos ahora.
-¿O sea que a estas alturas de la
historia hay tierras sin conocer?
-Aunque no lo creas, así parece.
-¿Y por qué no me lo dijo desde el
principio? ¿Por qué me dijeron que iríamos a Australia?
-Porque lo desconocido le da temor al
ser humano. Y yo no quería que tuvieses miedo, porque te necesitamos. Aquí
todos ya hemos venido en diferentes expediciones y ahora necesitábamos a
alguien que pudiese ayudarnos en nuestra misión.
-¿Pero qué misión en específico
tenemos que hacer aquí?
-Para eso has venido: por un lado
debemos proteger a las criaturas que viven aquí. Tenemos que investigarlas y
asegurarnos de su salud. Y por otra parte, tenemos que entender cómo
aparecieron, o mejor dicho cómo se preservaron.
-¿Preservaron?
Johans dio una sonrisa.
-Ven, jovencito. Sígueme.
El hombre caminó unos treinta metros
cruzando una copiosa vegetación. De pronto, llegó hasta un risco desde el cual
se podía observar a poca distancia una poza de agua. Ahí había dos animales
bebiendo. Cuando Renato alcanzó a Johans, quedó boquiabierto.
-Pero… Pero, ¿esos no son
gliptodontes?
-Sí, en efecto. Lo son.
Los animales bebían agua con solaz.
Renato no podía creerlo.
-¿Pero no estaban extintos? ¡No
entiendo!
-Pues sí. Lo están. O lo estaban… Y
aquí es donde quiero que pongas atención porque con tus conocimientos sobre
animales extraños podrías ayudarnos: en todo lo que hemos recorrido esta isla,
solo hemos visto a dos gliptodontes. Precisamente esos que ves ahí. Los hemos
estudiado, ¿y sabes lo curioso? Uno es una hembra y el otro un macho.
-¿Y no se reproducen?
-¡Ahí está el detalle! Desde que
descubrimos esta isla gracias al mapa, estos animales no se han reproducido… Y
no solo ellos, sino que todas las otras especies presentan el mismo rasgo: son
un macho y una hembra y no se reproducen.
Renato quedó pensativo unos segundos.
-Eso… Eso sí que es raro.
-Es como si no les interesara
reproducirse.
-¿Pero y si los depredan?
-Ahí está lo otro… Muchacho, en lo que
llevamos en esta isla no hemos visto a ni un solo animal matar a otro. Y fíjate
que aquí hay una pareja de thylacosmilus y de andrewsarchus.
-¿Qué? No me diga que esos son
vegetarianos ahora…
-Según lo que hemos podido ver, así
parece. Se alimentan de estas frutas que tengo en la cesta.
Renato sacó una fruta de color morado.
Le dio un mordisco. Era la cosa más deliciosa que había probado en su vida.
-¡Qué fruta más buena! Debe tener algo
en su composición. Algún tipo especial de enlace glucosídico o una disposición
beta o alfa de sus carbohidratos monoméricos… Algo así debe ser.
Johans dio, una vez más, otro suspiro.
-Junto al mapa había un mensaje.
Algunos en el equipo se inclinan a pensar que es una especie de acertijo o
poema. Que si lo desciframos podremos entender el misterio de esta isla.
-¿Un poema? Pero somos científicos, lo
nuestro es descifrar genomas, enlaces, macromoléculas, ¡qué sé yo! ¡No poemas!
Eso es para los entendidos en literatura.
-Quizás los límites no están muy claros
en eso, jovencito. Escucha.
Johans sacó de sus bolsillos una
libreta, buscó una página y leyó:
El dragón y el saurio
Observan juntos
El anochecer del mundo
Ninguno de los dos prevaleció
Ante el caos
De misterio tan profundo
Al escuchar aquello, Renato sintió de
inmediato una sensación de paz. Algo recorrió su cuerpo. No pudo explicárselo
bien pero se sintió demasiado tranquilo. Una brisa fresca recorrió su rostro.
-Es… Es enigmático. Pero guarda una
belleza especial.
-Tú lo has dicho, muchacho. Tú lo has
dicho.
Una tarde, Renato fue con un grupo de
tres científicos hasta lo que ellos llamaban “la zona de luz” porque al
esconderse los rayos del sol, parecía emerger desde el suelo de la isla una
tenue luminiscencia. La explicación que daban ante aquel fenómeno era la de la
refracción de la luz solar al chocar contra algún mineral aún desconocido. Por
otro lado, Renato quería extraer muestras de la epidermis de más especies pues
necesitaba entender algo. Días antes había examinado las células epiteliales de
los gliptodontes y se fijó en que los núcleos de estas presentaban un organelo
que no había visto en animal alguno. Se preguntó si acaso esa era una
característica solo de los animales “extintos”. Asimismo, vio que el
citoesqueleto de estas células no estaba compuesto solo de proteínas, como es
lo normal, sino que había otros compuestos que de manera extraña, parecían
cambiar su estructura geométrica de un momento a otro. Renato se preguntó si
eso estaba sucediendo con todas las células de los animales. O si eso era
también lo que interfería con su reproducción. Pero para ello necesitaba
encontrar muestras de células de otras especies. Cuando estaba con el grupo de
científicos en la “zona de luz”, alcanzó a ver dos megazostrodon que corrían
entremedio de los troncos. Aunque el grupo le advirtió que era imposible
atraparlos debido a su rapidez, Renato de igual forma fue en su búsqueda. Para
él era lo mejor que podría pasar: no solo podría investigar el comportamiento
celular de otros animales “extintos” sino que además tendría frente a sí a una
especie desde la cual los mamíferos habían evolucionado hasta sus formas más
complejas. Pero la persecución no duró mucho. De pronto, ya había caído la
noche. Renato no podía dar crédito de ello. ¿Tanto había demorado buscando a
los megazostrodon?, se preguntó. Pero la oscuridad nocturna no fue un
impedimento para que pudiese guiarse, ya que el fenómeno de la luz tenue hizo
aparición. Como atraído por esta, se dejó llevar hasta que llegó a un conjunto
de rocas que tapaba la entrada de una caverna. Se dijo que quizás no sería mala
idea alojar ahí por una noche. No obstante, hubo de detenerse. No había
reparado bien debido a la oscuridad, pero la luz tenue dejó al descubierto la
figura de alguien que reposaba sobre una roca, observando hacia el cielo.
-¿No quieres venir a sentarte
conmigo?- ese alguien le habló. Era una voz delgada pero que se podría
describir como de reptil.
-Hola… ¿Nos conocemos?
-Tus células y las mías, salvo por mis
partes metálicas, están llenas de poros. Y eso quiere decir que no hay límites
en nuestros cuerpos. Tú y yo y todos estamos conectados. Ven.
Renato hizo una mueca de desconcierto.
De igual forma se acercó hasta quien le hablaba y se sentó a su lado. Recién
ahí, el joven científico se dio cuenta de algo: quien estaba a su costado era
un ser con forma de dinosaurio y que poseía partes robóticas. Tenía zonas del
cuerpo donde se podía apreciar sus huesos y sus tejidos. Pero los huesos en
realidad eran fósiles adosados a una estructura cibernética. Parecía venir de
otro tiempo, de otro lugar.
-¿Eres de aquí?- la pregunta de Renato
hizo que la criatura mostrara algo que parecía ser una sonrisa.
-Mi nombre es Baryonyx. Soy de aquí,
de allá, de todos lados. ¿No te parece hermoso el cielo? ¿No crees que esta
galaxia es como una gran célula donde todo está organizado de forma hermosa?
Renato observó el cielo. Las estrellas
titilaban como si saludasen a su manera. Un leve destello apareció y
desapareció en un santiamén.
-Eso quizás fue un planeta- dijo
Baryoyx- Nació, se desarrolló y desapareció. Pero de forma aparente, porque
ahora se convirtió en una serie de meteoritos, en luz, en energía. En materia oscura.
En alguna nueva ley espacial. ¡Quién sabe!
-¿Cuál es la verdad de este sitio?
Hemos estado investigando y no comprendemos la conformación de las criaturas
que habitan aquí. ¿Tú lo sabes?
Baryonyx, sin despegar sus ojos del
cielo, dio un suspiro.
-Por más que trates de entender el
mundo, no obtendrás respuestas sino que más preguntas. Pero eso es bueno. Muy
bueno. Porque las preguntas son como elementos resultantes de una reacción
química. Mezclas una inquietud con la experimentación y nace una nueva
pregunta. O quizás una respuesta… Pero tras esa respuesta surgen decenas de
nuevas preguntas. Y las preguntas siguen adelante, conformando el mundo.
Quizás, por ello los Arquitectos nos dejaron aquellas palabras que dicen:
El dragón y el saurio
Observan juntos
El anochecer del mundo
Ninguno de los dos prevaleció
Ante el caos
De misterio tan profundo
Renato abrió sus ojos hasta el límite.
-Eso… Eso es lo que decía el mensaje…
Pero… ¿De qué arquitectos hablas?
-Ellos me dejaron aquí para que
protegiera esta isla y a estas criaturas. Yo no sé cómo son, ni dónde están.
Eso no está en mi programa. Ellos cuidaron que esa información permaneciera
protegida. Pero sé que ellos muy pronto me dirán que vuelva hasta allá y me
lleve a estos seres. Ellos prometieron protegerlos y que allá, muy lejos, podrán
vivir en la tranquilidad que aquí ya no existe. Allá, podrán reproducirse. Allá
podrán vivir de verdad.
Renato procesó unos momentos lo que
acababa de escuchar.
-¿Me estás hablando de mitología? Me
suena como a una leyenda o algo así.
Baryonyx volteó su cabeza hasta quedar
de frente al rostro de Renato.
-No hay mitos que no sean una realidad
ni hay realidad que no se convierta en mito. Recuerda las palabras que dejaron
los Arquitectos. Cuando las comprendas, sabrás todo.
Entonces Baryonyx dio otro suspiro y
agregó:
-Ahora cierra los ojos y escucha cómo
el rio avanza acariciando la hierba. Escucha cómo los animales nocturnos se
comunican en su lenguaje silencioso. Maravíllate con la belleza de tu propio
cuerpo que intenta comprender el diseño perfecto que le rodea. Llámalo
evolución, llámalo como quieras pero siéntete integrado al gran diseño. El solo
maravillarnos con eso debe llevarnos a ese estado de felicidad que ustedes han
buscado con tanto anhelo. La vida es la respuesta a todo.
Como si esas palabras hubieran
desencadenado algo en el cuerpo de Renato, este sintió un mareo. Se quedó
dormido. Al despertar ya era de día. Un grupo de científicos, entre los que
estaba Johans, se encontraba a su alrededor esperando que despertara.
-¿Dónde estabas? Te estuvimos buscando
por horas.
-¿Y el dinosaurio?
Johans observó a todos con asombro.
-¿Dinosaurio? ¿Viste uno? Jovencito,
si es así, sería formidable porque hasta ahora nadie ha visto un dinosaurio en
esta isla.
Entonces Renato contó lo que había
sucedido. Al principio todos creyeron que se había tratado de un sueño. Sin
embargo, ante la insistencia del joven, muchos aceptaron por creer.
Pero tuvieron que pasar años para que
Renato entendiera lo que había vivido en ese instante.
Se había formado una nueva expedición
a la isla. Ahora, quien la dirigía era Renato. Pero al llegar, aunque la flora
permanecía ahí, no vieron a ningún animal. Ni marino ni terrestre. Inclusive
hasta las bacterias habían dejado su hábitat mineral. Renato formó un grupo de
algunos científicos y fue hasta la “zona de luz”. Ahí pudo encontrar la
caverna. O mejor dicho, lo que quedaba de esta. Renato y los demás se
encontraron con una gran oquedad teñida de oscuro. Era como si una gran nave
hubiera despegado desde la isla. Y Renato pensó en ciencia y mitología, en
fantasía y realidad. Entonces, de pronto, comprendió el sentido de aquel
acertijo:
-Ni la ciencia ni la mitología podrán
entender a cabalidad lo maravilloso de la vida…
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