Vicente Wolf Primera Fase
Por Vicente E. Wolf
¿Cuál
es el principio? es una pregunta que ha estado dándome vueltas en la cabeza
desde que llegué a este planeta. Quisiera tomar el ejemplo de la humanidad
misma, ¿se puede considerar a la mera aparición del homo sapiens cómo el
inicio de toda nuestra especie? ¿de sus muchos logros y aún más errores?, me es
difícil pensar que la idea del ser humano (como le gustaría llamarla a Platón)
haya sido concebida por un único evento especifico y no cómo la suma de una
multitud de cambios. La aparición del homo sapiens es un inicio que solo
puede ser explicado por la existencia del Homo erectus, Homo habilis y
muchos más “homos” perdidos en la sombra de nuestra especie, de la misma manera
que la aparición de un edificio no solo esta atribuida a la colocación de la
primera piedra en la construcción, sino también a la viva imaginación del
ingeniero encargado del proyecto.
Al
llegar nuestro equipo a Marte nos llamaron la punta de lanza. Los pioneros que
en realidad tendrían un impacto real en la Terraformación de este cementerio,
pero la realidad es que ha habido demasiadas puntas de lanzas antes que
nosotros. El “inicio” del proceso de Terraformación podría establecerse cuando
se logró formar una atmosfera primitiva con una presión atmosférica más elevada
y estable. Un proceso lento a base de la evaporación del dióxido de carbono
congelado entre las rocas rojas del planeta con el uso de energía nuclear, pero
complementado con la generación de enormes cantidades de otros gases
invernadero exhalados por moles industriales privados, cuyo interés no era nada
más allá que aprovechar los recursos del planeta que bonificaba en impuestos lo
que en la Tierra serían multas ambientales.
También
recuerdo las historias de mis padres, la de otra “punta de lanza” llamada
proyecto Augías, el cual fue el primer meteoro en la historia de la humanidad
del que se tuvo el interés y la capacidad de detener para su explotación. La
referencia de los establos de Augías fue perfecta, ya que al igual que Hércules
abriendo los canales Alfeo y Peneo con sus propias manos para limpiar los
excrementos, los enormes misiles Corey transplanetarios se encargaron de
repartir la preciosa agua del meteoro entre la sedienta Tierra y el prometedor
planeta rojo. El resultado fue un mundo muy diferente al que aparecen en los
antiguos libros de astronomía, con una atmosfera densa y suficientemente
caliente para albergar una remota posibilidad de vida, por lo que es innegable
que el proceso de Terraformación se inició hace demasiado tiempo. Muchos dicen
que en realidad fue cuando se puso en marcha el motor de fisión Miller que
permitió viajes espaciales continuos, otros aseguran que fue cuando Kun Quiang
puso el primer pie humano sobre la superficie de Marte, pero yo sostengo que
todo inició en 1930 cuando el viejo ingles Olaf Stapledon se atrevió a soñar
con que la humanidad sería capaz de cambiar a todo el planeta Venus.
A
pesar de todos los enormes cambios llevados a cabo, otra vez estamos aquí en
una nueva “Punta de lanza”, otro nuevo “inicio de la Terraformación”, en donde
una vez más se requiere el paso crucial que nos acerque a ese segundo hogar más
allá de la Tierra. El calor de las bombas nucleares, el agua subterránea de
Marte con la provista por Augías, e incluso la atmosfera cargada que apenas es
capaz de rechazar la inclemente radicación estelar, no es suficiente para
convertir a Marte en un sitio que pueda albergar vida.
La
química atmosférica no es ni de cerca lo que se necesita para que se sostengan
los ciclos bioquímicos necesarios para los organismos terrestres, la pobre
presencia de oxígeno trata de ser enriquecida desde hace años con
biogeneradores a partir de super algas fotosintéticas mejoradas en la fijación
de carbono, pero la realidad es que sin la propagación exitosa de otras fuentes
biológicas de tratamiento del CO2 atmosférico, Marte seguirá tan
muerto cómo siempre lo ha estado.
“Logramos que cayera lluvia a través de las
nubes marcianas, pero solo caen en el yermo y frio suelo de arena roja”.
Las
palabras “Ustedes son el inicio” retumbaron en mi joven cerebro cuando salieron
de la boca de la entonces jefe de misión Kalpana Avasarala. “La diferencia
entre nosotros y todas las misiones anteriores es que nosotros no nos vamos a
ir, somos la primera intención de la humanidad para echar raíces aquí, por
hacer Marte nuestro hogar”. En ese
entonces yo era una adolescente con las suficientes notas sobresalientes para
ser aceptada cómo miembro de la misión, ya sabía que desde mucho antes de nuestro
desembarco, familias enteras habían llegado en este planeta con proyectos de
duración más allá de una generación, pero ese siempre había sido el límite
legal. Los nacimientos en Marte (y todas sus complicaciones) eran un tema ya
conocido, pero todos esos niños y sus familias regresarían a la Tierra antes de
que cumplieran los tres años. Para nosotros no existía tal cosa como un
regreso, éramos uno de los cientos de colonias totalmente permanentes que
invadían el suelo marciano.
Antes
de ser tan reconocidos como lo somos ahora, mi colonia era identificada con un
solo número de serie. El 396TH era un sistema de Terraformación de poco más de
cien colonos ubicados en el ecuador planetario, justo en la zona de Tharsis a
unos kilómetros al norte de los tres volcanes. El suelo de la zona se
caracteriza por ser más tibio que en otras partes, pero el verdadero interés de
nuestro trabajo aquí era la inusual concentración de nitrógeno, probablemente
provocada por una antigua actividad volcánica. La necesidad de oxigeno en la
atmosfera y la construcción de los ciclos de carbono son una prioridad para la
Terraformación, pero otros ciclos como es el del nitrógeno es igual de
relevante para la proliferación sustentable de vida vegetal fotosintética. La
cantidad de compuestos nitrogenados necesarios para cultivos es muy elevada,
por lo que necesitamos especies vegetales especificas creciendo sobre el suelo,
las plantas no fijan el nitrógeno atmosférico (todo lo contrario, lo consumen)
pero en sus raíces existe las condiciones ideales para que bacterias (las
verdaderas heroínas) se reproduzcan para capturar y reducir químicamente el
nitrógeno en el aire marciano. Nuestro trabajo es sencillo, proveer las
condiciones para que especies de leguminosas crezcan, y formen una relación
simbiótica con bacterias fijadoras de nitrógeno que poco a poco enriquezcan la
tierra bajo nuestros pies, un sistema de inversión de recursos que en algún punto
llegará a ser sustentable por sí mismo.
Soy
consciente que si alguien esta viendo esto, no es para leer las palabras de una
vieja técnica de invernadero acostumbrada a estar de rodillas entre habas y
frijoles, sino para conocer de primera mano el evento que sucedió hace ya casi
media década, el primer vestigio del ahora llamado milagro verde.
En
esos días, la etapa preliminar de la colonia ya era un proceso completado en
todos sus aspectos, lo que quiere decir que en 40 años terrestres nos habíamos
asentado con éxito contundente, ya que logramos la implantación y reproducción
de cultivos en condiciones controladas (invernaderos similares a la
tierra). El verdadero proceso de iniciar
la Terraformación estaba en progreso de arranque con proyecciones bastante
optimistas, el cual consistía en someter a nuestros pequeños retoños verdes a
una gradual exposición a las condiciones reales de Marte, es importante aclarar
que esta parte del proyecto era el objetivo principal, y, por lo tanto, el más
tardado. Según las estimaciones no habría ningún resultado apreciable de
nuestro trabajo hasta tres generaciones más allá de nosotros, los primeros
pobladores.
Sin
embargo, el milagro verde es mucho más sabio que cualquier proceso matemático,
y para nuestra sorpresa, los técnicos encargados del mantenimiento externo de
las cupulas empezaron a reportar un singular evento que no podía ser explicado
por la ciencia tal y como la concebíamos. Pequeños brotes y plantas en
tempranas etapas de formación empezaban a esparcirse más allá de los sistemas
de control ambiental, crecían con lentitud en la tierra marciana y en su
imperfecta atmosfera llena de gases considerados mortales.
“La vida se abría paso y Marte la abrazaba como
si desde siempre esperara su llegada”.
Yo
misma tomé las muestras de esos especímenes. Fui tan cuidadosa como me era
posible, incluso en ese momento de confusión pude sentir la firme presencia del
milagro verde en cada montón de tierra escarbada. Los resultados de las pruebas
MetaGenómicas fueron tanto respuestas cómo nuevas preguntas en sí mismas, las
plantas habían expresado genes fantasmas que se encontraban escondidos dentro
de su genoma completo. No es como si no supiéramos que esas regiones del ADN
estuvieran ahí, lo que no sabíamos era que esos segmentos eran codificables con
la información de todo un arsenal enzimático funcional en las condiciones de
Marte. Hasta ese momento, se consideraban esas regiones como meras zonas de regulación
genómica o vestigios evolutivos que no se expresarían en ningún tipo de
fenotipo.
La
pregunta que todos los expertos se hacían era: ¿Qué había activado ese
comportamiento?, pero la realidad es que no había respuesta alguna. Tan solo
especulaciones sobre que las varias generaciones de esas plantas en Marte
habían despertado a los genes fantasma, proveyendo la capacidad de sobrevivir a
esas condiciones. Recuerdo haber leído una Tesis que exponía que podría tratarse
de un paquete de supervivencia tan antiguo como la Tierra misma, información
codificable pasada de generación en generación desde los días que la propia
Tierra se transformaba a lo que conocemos hoy en día.
“Si las plantas terrestres tienen esa
información en su interior, ¿Nosotros la tenemos?, ¿También cambiaremos con el
pasar de cada generación”
Muchos
años de mi vida me la pasé leyendo los trabajos de esos sabios investigando el
tema desde la Tierra, pero al seguir con mis labores en Marte me di cuenta de
que eso era una perdida de tiempo. No necesitaba buscar explicaciones en otro
lado, ya que el milagro verde se podía sentir al caminar por los invernaderos,
incluso a través de mi grueso traje de exploración a exteriores. Lo que había
sido un fenómeno aislado se propagó por todos los centros de Terraformación de
la superficie marciana, cada especie vegetal o bacteriana generando nuevas (o
antiguas) características de adaptación. El milagro verde es el verdadero
catalizador de la Terraformación, ha adelantado por muchos siglos el cambio de
este planeta. La sinergia entre especies es una variable que los humanos nunca
hemos sido capaces de cuantificar, pero la única verdad es que ninguno de
nosotros “la punta de lanza” podremos ver el resultado final. El tiempo todavía
es muy largo e incluso los nietos de mis nietos van a estar lejos de ver un Marte
verde.
“Nosotros construimos catedrales que no
llegaremos a ver, pero en nuestros viejos huesos escuchamos el eco del éxito
que viaja a través del tiempo.”
Todo
esto que acabas de leer lo escribo por una razón especifica. Hace unos días nos
enlazamos con un satélite terrestre, la información transmitida se trataba de
la toma de posesión de uno de los sectores principales en el gobierno de la
Tierra. El nuevo secretario se trataba de un actor de cine, un hombre popular
sin ninguna experiencia en cargos similares, por lo que por fin me di cuenta lo
lejos que estamos de la Tierra, me di cuenta de la enorme diferencia con la
vida que se tiene en Marte. Respiramos diferente aire, el tiempo se mueve de
otra manera, los atardeceres se sienten de otro modo, incluso nuestros genes no
se comportan cómo en la Tierra. Creo que esa la verdadera esencia del milagro verde
se trata de una canción que no se puede escuchar a través de la densa y caótica
atmosfera terrestre, su armonía y potente fuerza solo puede apreciarse en la
tan silenciosa y quieta superficie marciana.
Extracto del Diario de la Ingeniera Celeste
Medina con nombre Marciano A´hud o Yavxd (Trad. Una de las viejas madres
iluminadas). Propiedad de la exposición “Los padres Terraformistas” en el museo
de historia antigua de la iglesia del “Milagro Verde Eterno” en la capital
marciana de Nueva Tharsis
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