Vicente Wolf Segunda Fase

 

La nota optimista

por Vicente E. Wolf

 

El pasillo se sentía más frio que cualquier otra noche, incluso se podía sentir un ambiente húmedo cargado como si se tratase de una ligera neblina otoñal. Cuando David se mudó a Marte jamás se hubiera imaginado tener una clásica madrugada rural cómo en los mojados campos de Nueva Orleans, siempre pensó en cualquier ciudad de ese planeta rojo cómo un ambiente en total control de sus variables, un lugar donde el clima no sería algo que te sorprendiera en ningún momento.

La realidad es que la vida en la zona habitable de Cimmeria distaba mucho de los videos promocionando la migración fuera de la Tierra. Las imágenes de total orden y cámaras llenas de sensores de control pasaron a transformarse a zonas habitacionales a medio remendar y desperfectos constantes. Esa noche era el perfecto ejemplo de ello, ya que uno de los ductos menores de vapor de agua tuvo el tino de fracturarse justo en la zona exacta donde se interconectaban los sistemas de control ambiental, el resultado fue una automática caída de temperatura con un toque en el aumento de la humedad ambiental total. Una noche de ensueño por así decirlo, una que provocaría una ola de nuevos errores de funcionamientos en las siguientes semanas. Algo que con seguridad debería de preocuparle a David lo suficiente como para quedarse en casa conservando víveres cómo todos los demás, pero esa noche él tenía trabajo que hacer, esa noche tenía que asistir a un funeral.

No todas las noches moría alguien cómo James L. Taggart, el millonario que se consideraba cómo el verdadero dueño del sector privado en Marte. Los detalles de la noticia no se habían filtrado a los diarios, pero una vieja conocida le había asegurado un pase de entrada libre a una “fiesta de despedida” en honor del viejo magnate. Un pase que le daría la oportunidad de hacer una jugosa nota que atraería la atención de todos los diarios marcianos, y si todo salía bien, tal vez podría hacerse notar para un puesto cómo corresponsal de algún periódico terrestre. David cerró los múltiples botones de su abrigo recién rentado y apresuró el paso hacía el último tren de la madrugada, el que lo sacaría de las zonas habitacionales del cráter y lo llevaría directo a la parte rica de la ciudad.

La estación de Magallanes era la última del sistema de trenes, y era la única de uso estrictamente residencial que estaba a pocos metros de la superficie marciana. Cimmeria era una de las muchas ciudades construidas con el único motivo de explotar los minerales del suelo de Marte, por lo que se escogió uno de los cráteres cómo zona de construcción para que se facilitara la extracción de recursos. Esto provocó que la mayor parte de las industrias originales y la zona habitacional general se encontraran en el fondo del llamado “agujero”. Con los años, las empresas mineras y siderúrgicas aprovecharon los otros cientos de cráteres de la zona para construir mounstros industriales encargados de escupir cantidades obscenas de Hierro, Zinc, Plomo, e incluso metales preciosos. Esa cantidad de recursos y de dinero había atraído a miles de colonos y trabajadores desde la Tierra como David, pero también había atraído una clase muy particular de millonarios dispuestos a invertir en la ciudad, una clase alta deseosa de enriquecerse alejada de las comodidades de la Tierra, y según ellos, dispuesta a domar el duro ambiente marciano.

Las mansiones de esos inversionistas invadían la zona alta de la planicie Norte del cráter, eran construcciones de varios miles de metros cuadrados conectadas con lujosos túneles bajo tierra totalmente iluminados y de mantenimiento privado. No era de sorprenderse que el transporte publico no llegara hasta esos lugares, por lo que la necesidad de tener un automóvil propio era un requerimiento vital para pertenecer a esa comunidad. David no podía ni imaginar el costo de tener un automóvil propio en Marte, por lo que esperó a que apareciera un Taxi que seguro le cobraría más de lo que solía pagar al mes por la renta de su departamento.

El taxista uniformado con gorro negro y amarillo le preguntó más de tres veces si la dirección era la correcta, además de dejarle en claro que no había ninguna devolución en caso de que el lugar no era el que él esperaba. El pasajero asentía en silencio desde el asiento trasero, viendo pasar las lujosas entradas que adornaban cada mansión.

Casi una hora más tarde, David se reprochaba a si mismo la cantidad de dinero que tuvo que pagar para estar frente al enorme portón Taggart de hierro fundido. Sin llegar a tocar el intercomunicador se apresuró a quitarse su abrigo para lucir un traje café que evidentemente no era de su talla, el saco era rectangular de hombros amplios y su corbata amarilla le hacía sentirse cómo una de esas fotografías de hace más de tres siglos. Su amiga le había dejado muy en claro que el llevar uno de esos trajes era necesario si quería pasar desapercibido en la reunión. La moda marciana trataba desesperadamente de revivir las mejores épocas de la tierra, por lo que los más acaudalados se habían apropiado de varios estilos propios del principio del siglo XX. El mismo portón era prueba de ello, lleno de figuras de ángulos rectos acompañadas de relieves dorados, como si se tratase de formas que crecían desde el suelo para expandirse mientras se eleva la vista.

David vio como un enorme gigante de cabello grasiento apareció en una puerta más pequeña a su derecha. El hombre que también usaba un traje café, se le quedó viendo sin ningún reparo en esconder cómo sus ojos lo barrían de arriba a abajo. El gorila solo se le quedó mirando con desconfianza, pero no dijo nada.

— Mi nombre David Henss, fui invitado al funeral….

— ¿Y eso que? — dijo el hombre sin inmutarse.

—No entiende— le respondió algo nervioso — adentro esta mi amiga, se llama Spinoza.

—No me importa quien te haya dicho que puedes venir — dijo levantando su cabeza sobre sus casi dos metros de altura— aquí no se permiten fisgones.

—Javier — se escuchó la voz de una mujer a sus espaldas — ¿Por qué nunca reconoces a mis novios?

El gorila volteó para darse cuenta de que se trataba de Daisy Spinoza, la hija menor del gigante del metal Alessandro Spinoza, su cara de matón se puso blanca mientras balbuceaba escusas. Daisy tomó la mano de David para jalarlo al otro lado de la puerta exterior de la mansión. Ella sabía que no podía dar muchas explicaciones, por lo que simplemente aceleró el paso mientras el gorila empezaba a pensar si debía o no dejar pasar a alguien en esa situación. El roce de la mano de Daisy se sentía muy bien para David, ella caminaba rápido marcando su paso con el golpetear de sus tacones, dejando un rastro de perfume cítrico por donde caminaba. Él no dijo nada, tan solo la siguió a través del túnel que los llevaría a la mansión Taggart, tan solo disfrutaba la compañía.

Al caminar un poco se encontraron con la parte frontal del jardín de la mansión, se trataba de más de una hectárea de un bosque interior de árboles enanos, una variedad de vida vegetal modificada para crecer sin necesidad de realizar la fotosíntesis. Todavía se encontraban bajo la superficie marciana, así como todos los primeros pisos de cualquier mansión de la zona, pero los techos de ese jardín rondaban cerca de los veinte metros de alto, lo que para David fue un enorme cambio al estar acostumbrado a los claustrofóbicos espacios de la ciudad de Cimmeria.  La entrada de la mansión Taggart estaba a unos cientos de metros al fondo, pero Daisy jaló su mano para dirigir la caminata hacía bajo de un árbol lejos de cualquier luz del jardín.

—¿A ti que te pasa? — ella susurró — creí que te interesaba entrar a la fiesta.

—Sabes que me interesa— le respondió David pasándole la mano por su suave cabello negro y ondulado, arreglado con una pequeña tiara que cruzaba su frente.

Ella sonrió y le beso los labios. David cerró los ojos e intentó dejarse llevar, creer que ese beso significaba algo más. Se conocían desde hace demasiado, y durante mucho tiempo pensó que la joven heredera Spinoza le hacía favores por algún tipo de curioso intento de seducción, pero poco a poco David se dio cuenta que ellos dos tenían gustos muy similares, a ambos les gustaban las mujeres altas y sobre todo rubias.

El beso de inocencia terminó con una mirada de cariño fraternal saliendo de los ojos grises de Daisy, ella siempre lo saludaba de esa forma, como si se tratase de un primo lejano que moría por ver una vez más. Por su parte él no dejaba de disfrutar el verla sonreír así, a pesar de todo el tiempo de conocerla no sabía de primera mano el porqué le ayudaba tanto, tal vez solo se trataba del hecho de que ella realmente era una buena persona.

—Seguro tu jefe te va a dar un aumento cuando le entregues esta nota— dijo sonriéndole.

—Esta vez no, preciosa. Me echaron del periódico hace poco más de un mes, la nota va a ser vendida al que mejor pague por ella.

Los ojos de la joven se llenaron de preocupación, ni siquiera fue necesario decir nada para entender que no iba a mover un pie antes de que él le contara que había sucedido.

—Mis notas no tenían un tono positivo ni optimista— le dijo escapando a su mirada.

—Malditos terrestres— dijo ella — pidiendo cosas que no entienden, ellos creen que las palabras bonitas son positivas, que los sueños vacíos son optimistas. Para ellos no hay espacio para la duda, conflicto o arrepentimiento. En Marte todos sabemos que el optimismo se trata de construir un frágil futuro sobre la arena muerta, y no en las palabrerías alegres llenas de perfume barato.

Su actitud de patriotismo marciano era algo que David sabía apreciar, era un tipo de encanto que no se encontraba con facilidad en esos días.

—Esta noticia te va a dar un lugar entre los diarios— dijo ella acercándose a él —Dagny, la hija de Taggart va a decir la última voluntad de su padre. Según dicen los rumores, va a ser algo muy grande con respecto a sus propiedades en Marte.

—La última voluntad— susurró David comprendiendo la razón de tanto hermetismo con la muerte de Taggart, además de que, si era cierto, la noticia podría interesarle hasta los grandes inversores de la Tierra. Al final todo esto podría tratarse de muchísimo más dinero del que imaginó.

Los dos se dieron cuenta de que no tenía tiempo que perder, por lo que se alejaron de su escondite entre los arboles para acercarse a la puerta de la mansión Taggart, la cual parecía un monumento hacía el Art deco y el Art Nouveau francés. La forma que se elevaba hasta internarse en el techo del patio interior lo hacía parecer una lanza hecha de formas fraccionadas y cristalinas, una estructura sacada del fovismo en donde la geometrización de cada palmo participaba en la construcción de una mole que crecía hasta llegar a la superficie marciana y seguía hasta el cielo, como un árbol artificial de madera embutida y acero inoxidable dorado. Incluso la millonaria de la industria metalera Daysi Spinoza se quedaba boquiabierta con el lujo que se podía permitir la familia Taggart.

El portero vestido con uniforme rojo y botones dorados abrió la puerta, dirigiéndolos a un único elevador en medio de una estancia que parecía estar clausurada por el evento. Ambos caminaron por ese piso cuadriculado en blancos y negros hasta llegar al elevador automático que los llevaría hasta la reunión. El ping del elevador hizo que se abriera una puerta corrediza que parecía haberlos llevado a un mundo muy lejos de Marte, y, sobre todo, a una época muy lejana a la suya. Cerca de cincuenta personas se encontraban en sus mejores galas retro, con trajes cortados a mano y vestidos llenos de brillos deslumbrantes. Las risas eran acompañadas de botellas de alcohol vaciándose en la cristalería del tamaño de lavafrutas, junto con los cigarros encendiéndose y emanando fumarolas de espeso humo escandaloso.

La parte del fondo había sido modificada para convertirse en una pista de baile improvisada, donde una pequeña banda hacía lo imposible para sacar los mejores acordes de Jazz. Las parejas más jóvenes sudaban en su mejor intento por bailar la explosiva música que parecía no querer terminar. Justo de ese lugar un joven moreno apareció para tomar la mano de Daisy y llevársela hacía la pista, ella empezó a reír entregándose al juego, para después desvanecerse por completo entre los montones de rostros gritando y divirtiéndose.

David se quedó vagando entre esa multitud de personas que no conocía, se acercó a un mesero para robarle una copa de alcohol y bebérselo de un solo trago. Las notas burbujeantes le quemaron la garganta y se dio cuenta que nunca en su vida había probado algo tan bueno.

—Es champagne— escuchó a sus espaldas — no de Marte, traída desde la Tierra.

El hombre le tomó del hombro con una incomoda familiaridad, se trataba de un anciano calvo que rondaba los 60 años.

—Es algo que nunca vamos a poder igualar, hijo— se bebió otra copa — el sabor del alcohol de la Tierra, se necesitan demasiadas cosas para poder lograr ese maldito sabor.

David asentía escuchando al viejo arrastrar las palabras sobre la importancia del microbiota en el sabor del vino. Cuando se dio cuenta de que se trataba de Orson Buchanan, el director operativo encargado de la generación de energía eléctrica en las plantas nucleares de casi toda Marte.

—Lo siento por su perdida Sr. Buchanan— dijo David sin pensar —sabía que usted y el Sr. Taggart eran muy cercanos.

El anciano guardó silencio por un momento.

—Si que lo éramos— dijo Buchanan señalando una foto conmemorativa de Taggart— fue de las primeras personas que conocí cuando yo llegué a Marte. Él por otro lado nació aquí, el primer Taggart en nacer en Marte y ahora es el primero en morir en este mismo planeta.

—Aquí no es la Tierra— apareció otro anciano más sobrio, uno que parecía haber estado poniendo atención a conversaciones ajenas — En Marte uno puede morir de muchas maneras, pero haber nacido aquí y fallecer de causas naturales cómo él lo hizo, eso es algo muy especial, eso lo hace alguien por el cual debemos festejar.

Los ancianos rieron tomándose otra copa y levantándola en honor a la foto de Taggart.

—¿Usted lo conoció? — preguntó David olvidando ocultar sus hábitos de reportero.

—Ese hombre me tuvo agarrado de los cojones por mucho tiempo. Bueno, a mí y a todos los presentes — dijo sin parar de sonreír — Todos nosotros llegamos a Marte con una visión, construir minas o refinerías para sacar el mayor dinero posible. Pero Taggart tenía otro tipo de visión más amplia, él se apropió de lo único que todos nosotros necesitábamos.

—La red de trenes — respondió David.

—Así es, el maldito se hizo de todas las concesiones para trenes eléctricos comerciales, industriales y hasta militares. Sin darnos cuenta se convirtió en el que tenía control de todo lo que se llevaba a cabo y de lo que no.

—Ninguno de aquí puede construir algo nuevo sin esa maldita red de transporte “Taggart transcontinental”— interrumpió Buchanan— no importa que tan bueno el negocio sea, si él no daba la aprobación simplemente no había trenes que llevaran el material para la construcción.

— O trenes suficientes para mover los minerales desde las minas — terminó el otro anciano.

David dudó en si debía hacer la siguiente pregunta, el andar sacado información a los invitados seguro que levantaría sospechas sobre cómo es que él fue invitado en primer lugar.

—Entonces, ¿Ustedes se odiaban? — preguntó cegado por la posibilidad de un titular con la palabra “odio” en mayúsculas.

Los ancianos volvieron a sonreírle.

—Voy a parecer repetitivo, hijo. Pero aquí no es cómo la Tierra— dijo el hombre más sobrio — Nos vestimos y festejamos cómo la mejor época de la Tierra, pero también queremos vivir cómo lo mejor de la humanidad, este mundo es el futuro y no vamos a convertirlo en el nido de ratas que dejamos allá atrás. El viejo Taggart jugó sus cartas cómo nadie, y es por lo que se le va a extrañar cómo el buen marciano que era.

Un hombre medio borracho interrumpió todas las pláticas cuando logró subirse al piano de la banda para exigir un poco de atención. Se trataba del magnate Ragnar Ferris, encargado de la distribución de los alimentos en las zonas habitables de Cimmeria. En un esfuerzo muy elaborado se aclaró la garganta y empezó a recitar con una voz bastante competente:

 

En su grave rincón, los jugadores

rigen sus lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo

ámbito en que se odian dos colores.

 

Adentro irradian mágicos rigores

 las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

 

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

 

En el viejo planeta se encendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.

Como el otro, este juego es infinito

 

El salón mantuvo el silencio. David reconocía esas palabras, pero estaba seguro de que ese final no correspondía al poema. Su cabeza se esforzaba en darle forma a lo que acababa de escuchar, cuando sus pensamientos fueron interrumpidos con un grito salido de la pista de baile.

—¡Viva Marte libre!, ¡Nación Roja!

Lo que fue un grito aislado se convirtió en vitoreo naciendo desde todas partes. Cada hombre o mujer entregando su voz a un solo eco, uno que retumbaba con el chocar de los puños contra sus propios pechos. Se trataba de una señal secreta, una que parecía ser algo demasiado similar a un saludo militar.

David se aseguró de no llamar la atención de los demás, tan solo se agazapó en una esquina mientras veía su alrededor transformarse en otra cosa más allá de una simple fiesta. En la otra punta del lugar pudo ver el rostro de Daysi mirándolo fijamente, sus ojos grises estaban abiertos en par en par, tanto que era fácil leerlos. Su mirada le decía: “No debías estar aquí, no debías saber nada de todo esto”.

Una hermosa mujer se plantó en la parte alta del salón, detrás de ella las cortinas automáticas se movían descubriendo el suave amanecer marciano. Las luces del lugar se centraron en la envidiable silueta de Dagny Taggart, una que era acompañada de un sobrio vestido negro de luto. Sin esperar presentaciones empezó su discurso, uno que tenía preparado desde hace mucho.

 

“Mi padre era James L. Taggart, nació en Marte y hace unas cuantas horas murió en esta misma casa. Muchos de ustedes escucharon de él por sus negocios, otros le temían por sus terribles modales, pero estoy completamente segura de que todos lo conocían por ser un verdadero marciano.

Su última voluntad cómo todo en su vida no fue algo al azar, sino algo construido con esmero y precisión. Su última voluntad era la de un Marte libre unido por una sola bandera, unido por sus mejores hijos aquí presentes. Es por eso que en la última década de su vida se encargó personalmente de dar el primer paso hacía ese futuro, se encargó de construir una vía de transporte secreta hacía almacenes fuera del registro. Una red de trenes lista para acumular recursos valiosos fuera del alcance de las largas manos de la Tierra. Se trata de la creación de un sistema de almacenamiento que estoy segura será el primer paso para construir lo necesario para la independencia de Marte.

Mi padre se ha ido, por lo que el día de hoy soy yo la que les pide que demuestren la lealtad que alguna vez prometieron, que desvíen poco a poco y en silencio lo sacado de las entrañas de Marte, para que un futuro, esas riquezas solo se queden en este planeta y ya no las veamos partir a través del fuego de los motores Terrestres.

Les pido que sean leales a su verdadero planeta. Les pido que sean leales al futuro de la humanidad.”

 

La mujer calló entre un nuevo vitoreo más fuerte que el anterior, era como si cada una de esas personas hubieran estado esperando exactamente esas palabras. David por su parte sabía que la noche había terminado para él, por lo que empezó a diluirse entre la multitud, moviéndose con cuidado para salir de ahí de una vez por todas. El jardín interior se veía más oscuro que hace unas horas, sus pasos eran discretos, pero tan apresurados como su cuerpo se lo permitía. Sus ojos apenas se habían fijado en el enorme portón Taggart cuando una mano lo jaló hacía las sombras de varios árboles arremolinados entre sí.

—No lo hagas David— escuchó la voz de Daysi que parecía casi suplicar —sabes lo que nos va a pasar a todos nosotros si pasas esta noticia.

—Si cuento sobre lo de su traición— respondió David cortante — lo más seguro es que el ejército de la Tierra va a tener mucho trabajo remodelando este vecindario.

Daysi lo tomaba de los brazos, podía sentir su desesperación.

—David, creí que sería una fiesta normal. Yo te invite para ayudarte, nunca pensé que pasaría esto.

—Sabes que esta cinta vale millones en cualquier lugar de Marte o la Tierra, preciosa — dijo él mostrando un pequeño aparato que apareció de su oído.

—Esto es por Marte— por fin Daysi respondió — es por un mejor futuro para todos aquí. Sabes que la Tierra solo nos ve como una mina gigante, no les interesamos más allá del hierro o la plata que podamos producir. Este es el primer paso para algo mejor, algo propio para la gente que vivirá en este planeta.

Algo en sus palabras tenía sentido, no es que lo hubiese llegado a pensar antes, pero las palabras de Dagny Taggart junto con ese par de ojos grises frente a él parecían estar cargados de verdad. Tal vez se trataba de una promesa lejana, una que podría no realizarse, pero él estaba seguro de que ese sueño era algo que el dinero no podía comprar.

David no dijo nada. Tan solo levantó el aparato de grabación que siempre tenía consigo, y le mostró a Daysi lo que ella necesitaba ver, le enseñó cómo borraba todo el contenido de su memoria con un par de botonazos. Ella sonrió y lo besó como nunca antes lo había besado. Él disfrutó cada segundo de esa felicidad, incluso al verla marcharse entre los árboles del enorme jardín.

Una cosa era un hecho, Daysi Spinoza era simplemente una buena persona, aunque no sabía si David podría decir algo parecido de sí mismo.  Ahí parado solo en las sombras sentía culpa porque sabía que esa información recién borrada podría ser recuperada con mucha facilidad. “Es el primer truco de un buen reportero, siempre ten varios respaldos”. El nuevo día marciano iba a ser muy largo, tenía que pensar demasiadas cosas antes de que el sol se pusiera una vez más. La posibilidad de ser asquerosamente rico estaba de un lado de una balanza, mientras que la oportunidad de ser parte de algo más grande que él mismo estaba del otro lado intentando ganar el curioso balance en el que se había metido.

—Supongo que dependerá de mí— se susurró para sí mismo — dependerá de que tan positivo u optimista termine al final de este nuevo día.

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. XD, adoré la referencia al primer round. Yo tambien me sentí asi.
    Me gustó mucho la forma en que mezclaste la estética de los años 20 con elementos futuristas.

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    1. Gracias por el mensaje, que bueno que te gustó. Se me hizo divertido poner ese detalle del primer round.

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